Lo que queda del día

Un máster en honradez y valentía

A dos meses para las elecciones municipales los partidos siguen más preocupados por contar condenados, imputados y posibles alianzas que en trasladar ideas, como si lo que interesase a la gente es la confrontación y el escándalo

José María Aznar ha presentado esta semana su nuevo proyecto. Se trata de un centro de enseñanza universitaria superior en el que puedes cursar un máster de Liderazgo, Gobierno y Gestión Pública. Su nombre: Instituto Atlántico de Gobierno (IADG). El precio: 18.000 euros por alumno -45 en total-, seleccionados por el propio Instituto. Entre las materias que estudiarán se encuentran los fundamentos teóricos del gobierno, la teoría de la democracia, los problemas de gobernanza y las amenazas del populismo y del nacionalismo.

Ya hay quien ha comparado a los futuros titulados con los griñanini de reciente hornada, aunque de estos últimos, cada uno con su apellido correspondiente, los hay en todos lados. En cualquier caso, con título o sin él, la mayoría nos conformaríamos con que fuesen honrados y valientes. Lo primero, para ejercer su labor pública -algo que, a priori, les presuponemos-; lo segundo, para denunciar las corruptelas internas, que es algo a lo que, prácticamente, no se ha atrevido nadie, como si firmaran en el carné con su propia sangre. 

El Instituto de Aznar, aunque muchos difieran de su temario y de su esforzado elitismo, resulta oportuno. No lo critiquen. Copien, adopten, reformulen su idea, y, sobre todo, abarátenla. Es el momento; antes de que terminemos por confundir el Sálvame con una tertulia política, o viceversa.

Escribía este viernes Fernando Vallespín que en este momento “interesan más la confrontación y el escándalo, el consumo de acontecimientos, que las ideas propiamente dichas. Lo malo de esta tertulianización de la política, en su sentido más despectivo, es que los políticos pasan a ser integrantes de las tertulias en vez del objeto de su discusión. Las confidencias, los rumores, los chismes internos de los partidos cotizan más que los discursos y los programas” -que se lo pregunten a Pedro Sánchez, aunque él haya sido el primero en escalar una torreta eólica para hacer una entrevista, y el primero en llamar a Jorge Javier-.

De momento, habrá que darse por rendidos. A dos meses para las elecciones municipales los partidos siguen más preocupados por contar condenados, imputados y posibles alianzas que en trasladar ideas, y cuando lo hacen, siempre pasan a un segundo lugar: lo que cuenta, aunque no sé si lo que interesa a la gente, es la confrontación y el escándalo.

Me remito -es inevitable: todos convertidos en marmotas- a la frase de hace una semana: “la imputación, que en puridad no es más que el inicio de investigaciones sobre un particular, es un arma letal de destrucción política”.

Esta vez, dentro de la invariable sucesión de kharmas pendientes, le ha tocado al PP cumplir con los suyos a costa de un tema en el que ha habido cierto consenso a la hora de reconocer sus buenos resultados: el secuestro y rescate de la concesión de los autobuses urbanos. Las imputaciones a cuatro de sus delegados municipales, a partir de la querella presentada por Urbanos Amarillos, será lo más sonado de aquí a mayo desde el Bailando de Enrique Iglesias, toda vez que la opción Gürtel  parece cada vez más inalcanzable, y pese a que quien más insista deba preguntarse si está libre de pecado antes de lanzar cada piedra -lo dicho, una cuestión de kharmas-; a fin de cuentas han sido los propios partidos los que han actuado bajo el complejo de superioridad a la hora de marcar los límites inadmisibles, salvo que algunos parecen haberlo hecho pensando en los demás, pero no en uno mismo.

Insisto, quienes reclaman honradez todavía rehúyen de la valentía necesaria para extirpar el origen de todos los males que han deteriorado y apestado a partidos y gobiernos. Ni siquiera los de Podrían han sido capaces de pronunciar un “j'accuse” al estilo de Émile Zola cuando han tenido la oportunidad: una prueba más de que los partidos no sólo se sostienen con frases hechas, onomatopeyas y golpes de pecho, por mucho que nos unan la misma indignación y hasta los mismos sueños, siempre que nos dejen interpretarlos a nuestra manera.

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