Lo que queda del día

OVNI a la vista (y 2)

Ahora que está tan de moda poner en valor términos como la distopía o la resiliencia, tampoco estaría de más rescatar otros tan ligados al alma humana como el de la mendacidad, a ver si alguien se da por aludido

Como si de un serial se tratase, me veo en la obligación de retomar algunas de las líneas de la pasada semana (Ovni a la vista), convertidas en una especie de obsesión personal, puesto que desde entonces he padecido varias pesadillas relacionadas con invasiones alienígenas cargadas de malos propósitos. No sólo temía que pudiesen ser así, sino que, en una de esas pesadillas, junto a otros compañeros periodistas, éramos testigos de las verdaderas intenciones de los visitantes, pese a sus gestos de buena voluntad. El paso siguiente era acudir al gobernante de turno para preguntarle por la peligrosidad de la situación a la luz de nuestras evidencias. Por supuesto, todos estábamos equivocados. Al parecer, el contacto interplanetario que tanto ansiaba en vida Stanley Kubrick era lo mejor que podía pasarnos.

Lo lógico, a partir de ese momento, sería pensar en algún tipo de abducción, pero era evidente que, a esas alturas, lo más peligroso del sueño no eran ya los extraterrestres, sino quienes tienen que darnos explicaciones de lo que sucede a nuestro alrededor: había dejado de ser víctima de mis delirios para serlo de mi subconsciente; es decir, donde preguntaba por hombrecitos verdes con malas ideas podría estar haciéndolo por especulaciones urbanísticas, desvío de fondos, asesoramientos a gobiernos bolivarianos, promesas incumplidas o evasiones fiscales y cuentas en Suiza. Al final, como en muchas comparecencias públicas, como en muchas notas de prensa o en muchos mítines, sentía que a cada respuesta trataban de tomarnos el pelo.

No sé si buena parte de culpa la tiene ese señor mayor, bajito, que recibe ahora a la prensa junto a su casa de veraneo con cierto aire descarado, casi haciéndose el extraterrestre, aunque en realidad parece como recién sacado de una película de Carlos Saura -Mamá cumple 100 años, aunque en este caso se trate de “papá”-, vista la herencia que ha logrado amasar por el bien de su propia descendencia.

Repito, no sé si soñé inducido por el eco-reflejo de señor tan honorable venido a menos, pero sí que la herencia que nos deja al resto de españoles es el descrédito galopante y, por desgracia, generalizado de la clase política, justo cuando creíamos haberlo visto todo, y justo cuando hay quienes encuentran otros referentes políticos más justos y solidarios, por mucho que si algunos de sus gestos y declaraciones fuesen puestas en manos y bocas de otros representantes políticos nos parecerían indecentes, lo cual nos lleva a pensar que deberían ser indecendetes en ambos casos.

Será que como lamentaba Paul Newman ante Burl Ives en La gata sobre el tejado de zinc, nos rodea demasiada mendacidad, y lo peor es que nos hemos acostumbrado a ella: la admitimos, la toleramos y la digerimos, hasta el punto de haber olvidado incluso su significado. Ahora que está tan de moda poner en valor términos como la distopía -hay toda una fiebre de películas y novelas juveniles sobre sociedades distópicas- o la resiliencia -puede que usted también haya recibido algún e-mail invitándole a alguna charla informativa-, tampoco estaría de más rescatar otros tan ligados al alma humana como el de la mendacidad, a ver si alguien se da por aludido: no será por falta de candidatos.

De momento, ya está bien de sermones, también de alienígenas. Hoy, en realidad, tocaba hablar de otros fenómenos estivales, como los depreciados trofeos veraniegos o la nueva reposición de Verano azul, una serie que gana con el paso del tiempo y que es ahora mismo todo un tratado sociológico de la España que empezaba a sacudirse los complejos de casi 40 años de franquismo y reivindicaba la lucha social contra las injusticias -el barco de Chanquete de entonces como metáfora de los desahucios de los últimos años-, pero será que no me he hecho aún a las vacaciones, que el Ébola ha llegado para recordarnos que los recursos para meterle miedo al personal son ilimitados, y si encima hacen que te olvides de lo que ocurre en otras partes del mundo -llámese Gaza-, pues mejor, y, también, que resulta inevitable pasar por alto algunas de las contradicciones de quienes aceleran en su carrera a las municipales. A este paso dará para una antología, pero ahora mismo me puede la pereza.

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