Lo que queda del día

OVNI a la vista

En el PP andan perdidos: en vez de mandar a Esperanza Aguirre contra Podemos en plan suicida, deberían haber producido una serie de extraterrestres con coletas tomando la Puerta del Sol.

La primera vez que vi 2001: una odisea del espacio acababa de cumplir 6 años. Lo recuerdo perfectamente. Era julio del 78 y andaba España entera lamentando el no gol de Cardeñosa, ajena al mismo tiempo a que en aquel país en el que se jugaban los mundiales y en el que todos los argentinos parecían tan felices con su selección, torturaban y mataban a quienes hacían frente a la dictadura. Por esas fechas, yo también era ajeno a muchísimas cosas; entre ellas a lo que era una elipsis y, por supuesto, a lo que pasaba en la película, pero aguanté como un campeón toda la proyección, supongo que bajo la fascinación de un espectáculo visual desconocido hasta entonces y la del propio cartel reproducido a mano que ocupaba toda la fachada del cine Albéniz de Málaga.

Este año se cumple medio siglo desde que Stanley Kubrick y Arthur Clarke comenzaron a trabajar en el guión de la película, e Ignacio Vidal Folch recopilaba la pasada semana en un reportaje publicado en El País Semanal los detalles más importantes del proceso de gestación. Entre ellos hacía alusión a lo ocurrido una noche de mayo de 1964 en la que, asomados a la terraza de la casa de Kubrick, divisaron una luz resplandeciente que cruzaba el cielo. Con la ayuda de un telescopio confirmaron que se trataba de un objeto ovalado y a la mañana siguiente se dirigieron al Pentágono para rellenar un formulario de avistamiento y al Planetario Hayden, donde les confirmaron que lo que habían visto en el cielo no era una nave espacial, sino el Echo I, el primer satélite de comunicaciones experimental de la NASA.

Kubrick no se cuestionaba la existencia de vida inteligente en otros planetas: lo daba por cierto, y, de hecho, su interés por comunicar a la NASA el avistamiento no tenía nada que ver con la aportación de un nuevo testimonio, sino con su temor a que el contacto con extraterrestres fuera inminente y le fastidiaran la película en la que estaba trabajando. Llámenle “chalado”, pero no era alguien a quien hubiera que tener precisamente por eso.

A mí lo que realmente me llama la atención de la historia es que en Estados Unidos exista un protocolo para registrar avistamientos de objetos voladores no identificados a disposición de cualquier ciudadano -¿otra forma de seguir alentando psicosis colectivas para tener controlado al personal?-.

Desconozco, por otra parte, si en nuestro país tenemos algo parecido, pero sí sé que contamos con respetados ufólogos, caso del escritor y poeta Carlos Murciano, quien me deleitó en cierta ocasión con su aproximación al fenómeno extraterrestre desde el mundo de la ciencia, no del de la ficción. Para todo lo demás, en su día bastaba con dirigirse a Jiménez del Oso, del mismo modo que ahora se hace con Íker Jiménez.

La misma prensa local llegó a ser una asidua a las anécdotas estivales en torno a posibles avistamientos: hay una crónica fantástica (en el doble sentido de la palabra) publicada a finales de los 80 en un periódico provincial sobre un vecino de Conil que alertaba de la presencia de un extraterrestre oculto entre los veraneantes -creo recordar que incluía hasta una ilustración junto con una aproximada descripción física del aspecto humano del alienígena-. Yo mismo acompañé a unos amigos a Antena 3 radio a una entrevista sobre el avistamiento, durante dos noches consecutivas, de un artefacto alrededor del cual giraban tres luces de colores y que describía un trazado de vuelo tan irregular como inexplicable, y sin que ninguno de los testigos estuviera bajo los efectos del alcohol o algún opiáceo -José Luis Núñez, hoy alcalde de Arcos y entonces director del magazine provincial de A-3 hizo la entrevista y publicó al día siguiente la historia en El periódico del Guadalete-.

Kubrick murió sin asistir a un esperado encuentro diplomático interplanetario, por mucho que nosotros contáramos con Zapatero; e incluso hay quien sostiene la teoría de que, en realidad, somos nosotros los extraterrestres y quienes colonizamos hace millones de años la Tierra -lo cuenta Gerlad Kersh en el relato Los hombres sin huesos, seleccionado por Alfred Hitchcock para una colección de misterio-. En cualquier caso, hablamos de uno de los elementos connaturales a la sociedad de masas del siglo XX -La guerra de los mundos, de H.G.Wells, se publicó en 1898-, hasta el punto de convetirse en una de las herramientas más eficaces de la Casa Blanca para combatir la Guerra Fría desde la cultura popular, con Hollywood a su servicio -los extraterrestres, en realidad, eran los rusos y los comunistas-.

Por eso mismo, no entiendo cómo los tan versados, cultos y experimentados asesores del Partido Popular no han caído en la cuenta de repetir el modelo americano: en vez de mandar a Esperanza Aguirre y a María Dolores de Cospedal a alimentar las posibilidades del fenómeno Podemos como estrategia suicida, deberían haberse puesto a producir series y películas de extraterrestres con coletas tomando la Puerta del Sol. Aunque a lo mejor, ni por esas.

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