Lo que queda del día

El 22 de febrero de 1982

Ni toda la vida es pan y circo, ni hemos llegado hasta aquí jugando simplemente a buenos y malos, pese al buen resultado que suelen dar ambas opciones. Somos libres a la hora de decidir, por mucho que nos crean tontos

El 22 de febrero de 1982, antes de que terminaran las clases, le preguntamos a Don Luis, que era nuestro maestro en 5º de EGB, si al día siguiente habría colegio o sería festivo. Todos nos llevamos una decepción. La lógica infantil nos decía que si otros acontecimientos históricos recientes, como el día de la Constitución o el del referédum andaluz, se habían convertido en citas festivas, lo ocurrido el 23 de febrero del año anterior entraba dentro del mismo ámbito; al menos nuestros padres celebraron como algo tan fundamental como el 6-D o el 28-F el fracaso de aquel señor con tricornio del que al poco tiempo ya se hacían chistes burlándose de su mala sombra.

Nos quedamos sin día de fiesta, pero no sin recordar cada año el vuelco que estuvo a punto de dar nuestra reciente historia y el tremendo y solemne significado que pueden alcanzar algunas frases de lo más comunes, según quién las pronuncie, ante quién y en qué momento, caso del “ni está, ni se le espera”. 

En realidad, era cierto: un año después no había nada que festejar; ni siquiera hoy, 33 años después, ya que más allá del heroico comportamiento de algunos diputados, del brillante papel del rey y la función social de las emisoras de radio, el recuerdo que aún perdura de entonces es el del pellizco en la boca del estómago de los que asistían desde casa al desarrollo de los acontecimientos.

De hecho, cada 23 de febrero hay dos imágenes que se repiten en mi memoria, la del transistor Philips gris modelo 737 que sólo sintonizaba la onda media y al que nadie perdió de vista -ni de oído- durante dos largos días, y la de los rostros desencajados de mi madre y de mi abuela, como los que pudieron poner sus madres y tías de jóvenes cuando llamaron a sus hombres a luchar en el frente.

Hoy, 23 de febrero, volverán a emerger los análisis, los relatos, las teorías de la conspiración -Jordi Évole propone una de ellas en su programa Salvados de esta noche que, pese a la excelente e interesante promo, sospecho que abundará en lo ya contado en otro gran documental producido por Antena 3 hace un par de décadas-, incluso habrá quien salga en busca de algunos de los tristes protagonistas del fallido golpe que aún hacen su vida en pleno ostracismo, aunque sólo sea para no perder la perspectiva de lo que pudo haber ocurrido y, por supuesto, aprender de la historia, de los errores que no cometieron los demócratas de entonces.

Lo cierto es que no cuesta imaginar otra España diferente a la que vivimos en comparación con la que pudo deparar aquel funesto intento de golpe de estado: diferente, a peor; del mismo modo que tampoco cuesta imaginar una España mejor que la que nos acoge en estos momentos, aunque eso ya es más responsabilidad de todos y, en especial, de la de aquéllos a los que encomendamos que ayuden a lograrlo en nuestro nombre con tan decepcionantes resultados en la mayoría de los casos.

De haber triunfado aquel asalto dudo que hubiera impedido la burbuja inmobiliaria, el enriquecimiento de los bancos, el máximo histórico de la prima de riesgo o la reforma del aborto de Gallardón, pero no logro imaginarme a la calle Larga abarrotada de público en el día de ayer realizando un brindis masivo con vino de Jerez, ni a los hoteles de la ciudad llenos de turistas para presenciar los espectáculos del Festival de Jerez, ni a los jóvenes de IU protestando en el Arenal contra la ley Mordaza, ni a los de la Coordinadora recogiendo firmas contra la venta del agua, ni tantas otras conquistas menores o mayores que son consecuencia de nuestra propia imperfección, pero nuestra, libre y aceptada.

Puede que también nos convenga verlo así, pero siempre que no perdamos de vista otras realidades, otros remordimientos. Ni toda la vida es pan y circo, ni hemos llegado hasta aquí jugando simplemente a buenos y malos, pese al buen resultado que suelen dar ambas opciones. Si mañana hubiera elecciones, como las habrá en mayo y el año que viene, y cuando diga Susana Díaz -más pronto que tarde-, todos volveremos a ser libres a la hora de cambiar o mantener el rumbo. Y libres no significa, precisamente, tontos, por mucho que haya quien lo crea.

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