Lo que queda del día

Todos hemos salido perdiendo de la huelga

Ha perdido la ciudad, cuya lastimosa imagen ha sido portada de los medios a diario; han perdido los ciudadanos, rehenes del conflicto; y ha perdido la clase política, incluso puede que unos más que otros -cada cuál te dirá quién-

La noche en la que Urbaser y comité de empresa llegaron a un acuerdo para poner fin a la huelga, la alcaldesa dijo que todos debíamos aprender algo de lo ocurrido. Nosotros -hablo por la prensa- hemos aprendido muchas cosas sobre las ratas, gracias al servicio de inspección de Sanidad. Por ejemplo, que en Jerez, como en cualquier otra ciudad -es una especie de media universal-, cabemos a cinco o seis ratas por persona, lo que eleva la población de roedores en todo el término municipal a algo más de un millón de ejemplares.

También, que las ratas salen cada noche de sus escondrijos para alimentarse de lo que encuentran entre la basura y los desperdicios, de ahí que las bolsas acumuladas junto a los contenedores se hayan convertido en un suculento y atractivo manjar a diario para ellas, y asimismo que haya sido habitual ver algunos ejemplares estos días -si usted ha visto cinco o seis, ya sabe que son las que le corresponden por media-.

Y que si en el transcurso de una de esas incursiones se cruzan con un humano, y en un descuido de una o de otro terminan mordiéndonos el dedo gordo del pie, tampoco hay que ponerse tremendistas, puesto que en la actualidad este tipo de ratas no suelen transmitir enfermedades y basta con curar adecuadamente la herida.

Ya ven, no solo no había motivo para la alarma, según el SAS, sino que además le han destripado a Javier Bardem su aterrador monólogo de Skyfall sobre las ratas, su naturaleza y cómo acabar con ellas -solo faltaba que llamásemos a Ratatouille para que nos preparase un buen ajo campero con el que celebrar el fin de la huelga-.

Disculpen si ha parecido que frivolizaba sobre la cuestión, porque tampoco soy quién para cuestionar los procedimientos, saberes y profesionalidad de un departamento sanitario, pero coincidirán conmigo en que los responsables políticos de los que dependen estos departamentos tampoco se han mostrado especialmente considerados ni acertados ante la alarma social extendida entre los ciudadanos como consecuencia del insalubre estado de sus calles, y muchos terminamos por tomarnos los mensajes a risa -reír por no llorar, en todo caso-.

Porque aquí hubo quien puso el grito en el cielo el día que los camiones de Tragsa empezaron a colaborar en la recogida de basura de las calles, pero en cuanto le tocó el turno a la también extendida quema de contenedores, optaron por mirar hacia otro lado o, lo que es peor, justificar la reacción vecinal, en la búsqueda de esa cuadratura del círculo que culminara en una salvadora intervención de última hora a medida que el conflicto se encaminaba a un callejón sin salida. Fue ahí, en ese momento, cuando alguien entonó un “tonto el último” que terminó por convertir el fin de la huelga en una autoimposición de medallas.

Desde un punto de vista político, estuvo listo el Gobierno local a la hora de anticipar su maniobra y torpe la oposición en una valoración que parecía el lamento de la gloria perdida, aunque ni en uno ni en otro caso cabe hablar de vencedores ni de vencidos. En realidad, todos hemos salido perdiendo. Ha perdido la ciudad, cuya lastimosa imagen ha llegado a las portadas de medios nacionales e internacionales, han perdido los ciudadanos, rehenes durante casi tres semanas de un conflicto que bien pudo resolverse en unas horas, vistas las condiciones del acuerdo, y pierde la clase política -¿unos más que otros?- por la anteposición de las siglas a una causa común.

En este sentido, la firme postura de la Junta de Andalucía, ajena a la realidad de la calle, a la par que comprometida con los derechos de los trabajadores en huelga, ha sido una constante fuente de inspiración para enardecer el enfrentamiento con el Ayuntamiento, mientras que el fin de los paros también han demostrado que el Gobierno municipal pudo haber hecho mucho más por anticipar el fin de las negociaciones de no mantenerse tan esquivo a intervenir en las mismas y optar siempre por una postura que parecía más cerca a los intereses de la empresa que al de los trabajadores. Lo importante ahora no es solo aprender de lo ocurrido, sino saber ver los errores y reconocerlos, para no caer de nuevo en ellos.

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