Lo que queda del día

Tan absurdo como barrer en un día de levante

Ahora mismo deben preocuparnos dos cosas, que tengamos que sufrir una huelga de basuras y que haya sido provocada por una tomadura de pelo: despedir a 125 personas para que la ciudad esté más limpia

la liga inglesa está llena de futbolistas españoles. Lo que verdaderamente importa es que muchos de ellos ni son campeones del Mundo, ni megaestrellas, ni siquiera grandes ídolos de nuestra afición, solo buenos profesionales, buenos peloteros, que han aprovechado las glorias conquistadas por nuestra Selección para convertirse en un elemento exportador más de nuestro país, como lo pueda ser el vino o el aceite. Hasta Güiza ha puesto esta semana rumbo a Malasia para rematar su carrera profesional, ahora que en el Getafe no le dejan rematar ni en los entrenamientos.

John Carlin escribía al respecto hace unos días. Constataba que España le había tomado el relevo a todos esos países sudamericanos que durante décadas han estado exportando jugadores a las ligas europeas, pero también para subrayar que nuestro país se asemejaba cada vez más a ellos por su decadente peso en el concierto político y económico internacional.

Al parecer no todos piensan lo mismo que nuestro monarca cuando se asoman a nuestra piel de toro desde el exterior -para hacerlo desde dentro ya nos tenemos a nosotros mismos, aunque no todo sean lágrimas; por lo menos, los hay empeñados en que nos divirtamos un poco: la ministra de Trabajo nos habla de “brotes verdes” y Pacheco de “especulación urbanística”. Normal que al final uno no sepa si está viendo el telediario o el club de la comedia, sobre todo si no hay quien salga concediéndoles el beneficio de la duda. 

El problema es que ni todos sabemos o podemos jugar al fútbol y, en ese caso, para emigrar y reivindicarte en el exterior, la alternativa pasa por aprender alemán -el inglés se da por hecho- o chino, y en esta última opción por si se cumple el vaticinio que un empresario asiático le hizo a un conocido hace unos meses: “Tus hijos servirán a los míos dentro de diez años”. Tenemos colegios que ya lo ofertan, incluso una cuidada y bien explicada promoción en prensa -la miro con atención mientras veo de reojo cómo acumulan polvo en la estantería las casettes del curso de Francés que coleccioné hace como... mucho antes de la crisis, cuando se estudiaba para hacer amigos o conquistar francesas, no para conseguir un empleo-.

De todas formas, ese afán, fruto de la necesidad, de buscarte la vida fuera de nuestro país, parece que no ha calado aún entre los jerezanos, que están para contradecir la norma y el último estudio migracional: como en casa, en ningún sitio, aunque haya huelga de basuras. Sea porque siguen pendientes de colmar sus expectativas o porque no han perdido la fe ni en la ministra de Trabajo, parece que aún no ha llegado el momento de cantar, como Serrat, el “harto ya de estar harto, ya me cansé, de preguntar al mundo por qué y por qué”. La cuestión es que es para estarlo, y si no hartos, al menos preocupados.

Y ahora mismo preocupan muchas cosas, pero por tratarse de algo que nos toca a todos por igual en nuestra ciudad, preocupa, y mucho, esa huelga de basura que tiene su origen en una tomadura de pelo -¿o era otro chiste de el club de la comedia?-: reducir la plantilla de Urbaser en 125 personas para ofrecer un mejor servicio, para que Jerez esté “como una patena”. En realidad deberían de preocuparnos ambas cosas, que tengamos que sufrir y padecer una huelga de basuras y que se nos pretenda tomar el pelo. Por ese orden, por supuesto.

A la espera de que la mugre se instale en las aceras y nuestras calles en los escaparates de los medios nacionales, parece evidente que la única alternativa probable a los despidos va a pasar por negociar una reducción salarial, ya que ni la empresa va a aceptar perder dinero ni el Ayuntamiento va a cambiar de idea en su apuesta por la prestación directa de los servicios. Cuanto antes lo acepten, eso que llevarán aprendido, porque por muy “salvaje” -como la llaman algunos- que llegue a ser la huelga, ni frenará el ERE, ni tambaleará al Gobierno -2015 queda aún muy lejos-, ni terminará por poner a la ciudad del lado de los trabajadores, aunque se nos tome el pelo con eso de que la ciudad estará más limpia. ¿Cómo? Como una patena. No sé, pero suena tan absurdo como barrer en un día con viento de Levante.

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