A raíz de la información municipal sobre la concesión de la licencia de obras para rehabilitar las Atarazanas a instancias de la Fundación La Caixa como entidad cesionaria de la Junta de Andalucía, venimos asistiendo a diversas interpretaciones de la actuación autorizada y que, por lo divulgado en los medios de comunicación, se menciona siempre el término de rehabilitación y/o restauración, cuando realmente -y a mi entender- el objeto del proyecto aprobado, según los referidos medios, es de creación de un centro cultural con plaza pública cubierta en el interior de las siete naves existentes y, eso sí, con amplia intervención en la planta alta. Por tanto, no se restaura o rehabilita el BIC sino más bien se utiliza para una instalación de uso cultural/turístico de coste limitado y de prometedora explotación.
Porque si de verdad se tratara de restaurar y rehabilitar las Atarazanas, lo primero que habría que considerar es la recuperación completa del espacio original, para después aplicarle el uso que se considere oportuno y respetuoso con el monumento. Por lo tanto es indispensable eliminar el relleno que se ha venido acumulando a través de las distintas centurias transcurridas desde el siglo XIII, lo que nos llevaría a bajar aproximadamente unos cinco metros del nivel actual, lo cual nos mostraría otro monumento en su interior, fundamentalmente real y espectacular.
He leído, y oído también, que desde determinados foros se indica que la recuperación de esas dimensiones originales no es posible por su elevado costo y excesivo tiempo que llevarían tales operaciones, lo cual debo de decir que es una inexactitud.
En mi ejercicio profesional como arquitecto técnico tuve ocasión de participar en las restauraciones de las murallas de la Macarena, del jardín del Valle, del callejón del Agua y de la Casa de la Moneda: algo más de 1.100 metros lineales de cerca islámica y de idénticas características que la existente en las Atarazanas y en todas ellas tuvimos que hacer rebajes del terreno colindante por la acumulación de capas ocasionadas en los más de ochocientos años de existencia. Debo de señalar que se trató de una operación cuidadosa pero nada costosa, ya que se realizó con medios mecánicos bajo continuo control arqueológico. Por cierto, obtuvimos un mantillo excelente que transportábamos a los viveros municipales para el natural abono de las plantas.
Los vaciados que llevamos a cabo en esos sectores nunca alcanzaron los 5 metros que, al parecer, precisan las Atarazanas pero sí superaron los 3 metros de profundidad en muchos de ellos. Fueron operaciones bien organizadas por las distintas empresas adjudicatarias de las diferentes campañas y realizadas en periodos relativamente cortos.
El importe que certificamos para la Gerencia Municipal de Urbanismo en las mencionadas obras de restauración de las murallas de Sevilla, desde el año 1985 hasta 1991, ascendió a 129.849.878 pts. (780.413,48 €), comprendiendo no sólo los trabajos citados, sino también los más laboriosos en el proceso, como fueron la recuperación de los cajones de tapial de argamasa en los lienzos, restauración de las torres, consolidación de los merlones, pavimentación urbana adyacente, etc., y que en ese conjunto de tareas las correspondientes a la extracción, control y transporte de tierras no superaron en ningún caso la décima parte.
Por ello estoy convencido de que habrá otras razones para no restaurar de verdad las Reales Atarazanas recuperando ese imprescindible nivel original y consiguiendo a su vez la extraordinaria volumetría espacial de más de 11 m. de altura que posee el apreciado y desconocido monumento, según se descubrieron en las excavaciones arqueológicas realizadas en 1993 por la Consejería de Cultura.
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