La tribuna de Viva Sevilla

Plenitud

Estás en la plenitud, ese tiempo que no distingue cuando estás dormido y cuando estás despierto, cuando cansado y cuando sonriendo. ¿De quién te acuerdas cuando ves al espejo del río ensancharse para que quepa en su cristal de agua todo el rostro de la Esperanza de Triana?

Despierta el día que quieras. Camina por la calle que elijas. Párate en la esquina que la ilusión a su antojo te dicte. Mira y abre bien los ojos donde y con quien desees. Da igual que lo hagas como lo hace el Cristo de las Misericordias, mirando siempre hacia esa Fe vencedora que el cronista llamó Vieja Dama y que en la altura corona la Ciudad, o que lo hagas cruzando ese otro puente de barcas que los niños de La Borriquita han construido en la Plaza al dictado silencioso del Señor que camina a lomos de una Borriquita y que, una noche de Cuaresma, quiso convocar a los nazarenitos de Sevilla. Y así, como si fuera noche de Reyes, ellos despertaron sigilosos y salieron a la calle sabiéndose cicerones de los trazos de la Ciudad, de esa Ciudad llamada Semana Santa. Se acercaron a Él, como dictan los Evangelios, cada cual con su tablilla sacada de un taller secreto, y entre todos montaron este viaducto soñado que no une Triana con Sevilla, sino la Ciudad toda con el Cielo. Óle por y para los niños de Sevilla. Que hay que ser muy infante para entender esto.

Haz pues como ellos. Despierta, pero el día que quieras de esa Semana. Da igual que sea emergiendo en el asentamiento antiguo de la calle Campamento, resucitando con el barrio donde el arte y la filigrana tienen forma de cruz y palio. Porque el barrio de San Bernardo, como el Cristo de la Salud, muere cuando entra su Cofradía y resucita en la mañana del Miércoles Santo siguiente. Así late el viejo arrabal, unido a Él, respirando en Él, viviendo en Él, muriendo en Él. Por eso a la calle Ancha, a la calle Cofia, a la calle Campamento, no se llega, sino que se emerge, se resucita. Como el barrio, como la cofradía popular de San Bernardo.


Asómbrate. Estás en la plenitud, ese tiempo que no distingue cuando estás dormido y cuando estás despierto, cuando cansado y cuando sonriendo, cuando te invade la nostalgia y cuando la ilusión. ¿De quién te acuerdas cuando ves al espejo del río ensancharse para que quepa en su cristal de agua todo el rostro de la Esperanza de Triana? ¿Por qué sonríes cuando escuchas los tambores de los Armaos, pasito quedo y presumido, altivos galanes que le marcan el ritmo a los relojes de Sevilla? ¿Por qué has creído ver entre la bulla a Montesinos escribiendo, quizás, su “donde una vez nací, moriré siempre”, a Alberti llamando “camarada” a la verdadera Madre de Dios, o a Villalón recitándole aquello de: “cuando yo toree en Madrid,/ te compraré una corona,/ y un manto carmesí,/ que no puedan seis personas/ meterlo en tu Camarín”?


¿Dónde encontrar la razón de esta maravillosa sinrazón? ¿Quién si no el mismo Dios crea ese terremoto amoroso que surge cuando la Zancada sale por la Plaza, hoy convertida en universo para un Rey que entrará de regreso al amanecer y arriará su inmensidad para que el sol no se distraiga y acuda presto a iluminar la cara del mundo que ya se acerca a la casa de Santa Ángela de la Cruz?


Hazlo. No pierdas el tiempo en los días en que el tiempo no existe. Déjate llevar por el arrebato del imponente misterio de San Martín o por el realismo de San Andrés, y pregúntate allí si no son los cipreses los que van vestidos de luto y ruán. Piérdete en el repujado de Pasión para encontrar el camino que nos conduce a Él, o dale la vuelta a los años con el romanticismo de San Vicente y de las Siete Palabras.


Y búscalo por su barrio el Viernes por la mañana. Hazte suyo. Poco a poco. Discretamente. Como se hacen las cosas de verdad. Sin exhibicionismos, sin descaros, sin alharacas. Como su costero, fino, elegante, medido. Estrechez de Feria, pebetero e incienso por la Plaza de los Carros, vuelta imposible a Parras, luz en la Resolana y Puerta del Cielo en el Arco para el Señor de la Sentencia.
Sendero abierto al fin. Gloria alcanzada con su palio. Caricia de las manos de tu Madre, porque lo es. Buscabas la razón, y ya la has hallado en su entrecejo. Gloria macarena de la Esperanza. Plenitud de la plenitud que hayas sentido. Et in Arcadia ego.

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