La tribuna de Viva Sevilla

Arquitectura con arquitectos

Parece lógico reclamar un grado de sensatez en algunas pretensiones. Como sucede con las profesiones antiguas, la pretensión de poder trabajar como arquitecto sin haber estudiado arquitectura es tan atávica como recurrente. Lo mismo sucede con la medicina o el ejercicio sacerdotal.

Ha sido publicado recientemente un trabajo periodístico sobre la denominada “marca España”, donde viene a hacerse ver como la arquitectura española no solo contribuye al prestigio nacional, sino que constituye uno de sus más destacados valores. Si semejante consideración ya es de por sí significativa, aún lo es más el hecho de que en la breve relación que acompaña de las tres obras más importantes del panorama internacional, hechas recientemente por arquitectos españoles, una de ellas –la ampliación del Rijksmuseum de Ámsterdam- esté realizada por arquitectos sevillanos. Y no solo eso, sino que entre la selección que se hace de las seis obras recientes más destacadas de jóvenes valores españoles dos estén hechas, precisamente, en Sevilla.

Viene a cuento esta reflexión cuando se está discutiendo sobre la próxima aparición de una supuesta ley de servicios profesionales con la que –según algunos- se suprimiría en España la reserva de su actividad a los arquitectos, argumentándose que así sucede en otros países europeos. Esas opiniones, ya publicadas, provienen principalmente de las ingenierías industriales, que reclaman, lisa y llanamente, su acceso directo e independiente a la práctica de la arquitectura. Sorprende esta circunstancia cuando es la propia Europa la que, en una directiva específica hace tiempo promulgada, establece cuales son los estudios necesarios para el título europeo de arquitecto y cuya relación con las especialidades y planes de estudios que han sido y son en las ingenierías industriales es, por así decir, sencillamente nula.

Por ese motivo parece lógico reclamar un grado de sensatez en algunas pretensiones. Como sucede con las profesiones antiguas, la pretensión de poder trabajar como arquitecto sin haber estudiado arquitectura es tan atávica como recurrente. Lo mismo sucede con la medicina o el ejercicio sacerdotal. Cuando en la discusión se habla peyorativamente de exclusividades y privilegios profesionales en lo único que se entra es en una retórica demagógica. Porque la pregunta es muy sencilla: ¿tan difícil es comprender que la medicina la ejerzan los médicos, la arquitectura los arquitectos y la ingeniería industrial los ingenieros del ramo correspondiente?

Los estudios necesarios y la actividad profesional de arquitectos e ingenieros están establecidos en España de modo que quedan claros sus campos y diferencias, tanto entre las ingenierías entre sí como de ellas con la arquitectura. A esta, además, se la dotó en sus estudios de una componente técnica y científica particular, muy superior a los estudios correspondientes en el mundo europeo de los que se diferenció desde entonces. Y así continua en la actualidad, renovada y puesta al día, hasta el punto que deberían ser los europeos los que imitaran los estudios españoles y no al contrario. No verlo así sería, además de un dislate, renunciar a uno de los aciertos históricos de nuestra educación, tan pródiga en fracasos que no es necesario citar.

Es cierto que la complejidad de los proyectos actuales precisa, en algunas ocasiones, de la colaboración de las diversas profesiones. Así se ha desarrollado de una manera fluida y natural en las obras y así se establece, además, en la vigente ley de Ordenación de la Edificación que se pretende cambiar. Pero en el caso del magnífico edificio del museo de Ámsterdam que citamos al principio, de una dificultad técnica desusada, donde han colaborado numerosos profesionales europeos de las más diversas especialidades, nadie pone en duda que el proyecto y la dirección de la obra han sido, para nuestro orgullo como sevillanos, de Antonio Cruz y Antonio Ortiz.

Y lo mismo sucede con los dos brillantes proyectos recogidos de los jóvenes arquitectos sevillanos –los grupos AF6 y Sol 89- y con la actividad de cientos de arquitectos que viéndose obligados a emigrar tan solo se pueden llevar en la maleta, como única garantía, una formación muy superior a la de los países de acogida. Nos debemos preguntar, ¿no será que los arquitectos españoles –y por supuesto los sevillanos- están mejor preparados que los europeos?

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