La tribuna de El Puerto

La dictadura de lo políticamente correcto

Desde hace tiempo diversos colectivos se valen del poder que ejerce “lo políticamente correcto” para promover y afianzar su lucha contra la desigualdad

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Desde hace tiempo diversos colectivos se valen del poder que ejerce “lo políticamente correcto” para promover y afianzar su lucha contra la desigualdad y la marginación social, una tarea loable que ha logrado grandes avances en nuestro país.

Hoy día, el abuso de ese poder ha vuelto a muchos tan susceptibles que se ofenden por cualquier demostración o expresión ajena a sus ideas, aunque no les ataque directamente.

El conformismo que rodea esta situación incita a muchos a acusar de promover fobias a aquellos que opinan (con razón o no) sobre ciertos temas o colectivos sociales, con independencia de su intencionalidad, legitimidad o legalidad.

Por convicción, interés o estrategia, ciertos grupos políticos, medios de comunicación y colectivos se suman a las acusaciones de fobia, pero la frontera de marca o políticamente correcto causa además que una buena parte de la sociedad coincida en acusar de reaccionario al que la cruza.

En este contexto, tanto los que temen verse señalados en las redes sociales, como los que ven oportunidades socio-políticas, facilitan el paso a la dictadura del “pensamiento correcto”, que coarta las opiniones contrarias a determinados asuntos y colectivos sociales.

Me disgusta la aversión a la crítica y la forma de imponer ciertas ideas (incluso cuando estoy de acuerdo) de aquellos que adoptan posturas políticamente correctas.

Probablemente la mayoría de ellos busque sinceramente la mejora social, pero los más extremistas manipulan datos, dogmatizan, lanzan proclamas y atacan a los que no piensan como ellos, especialmente en las redes sociales, impidiendo el debate sosegado sobre muchos temas.

Últimamente algunos políticos han aprendido a actuar igual, desatando la demagogia y elaborando atrevidos discursos populistas, dirigidos a unos ciudadanos que están cada vez más hartos de que la clase política y buena parte de la sociedad parezcan estar más preocupados por la corrección de sus actuaciones que por colaborar en buscar soluciones eficaces a los problemas que aquejan a la sociedad.

Hay quienes manifiestan sentirse humillados si critican sus opiniones, como si atacasen a sus personas, pero atacan en lo personal a cualquiera que opine diferente a ellos. Partiendo de que no toda opinión es respetable, sí debe serlo quien las exprese dentro del marco legal, y aunque una opinión ofensiva sea rechazable y a veces denunciable, lo que no parece razonable es sentirnos dolidos solo porque opinen en contra de nuestras convicciones.

En las dictaduras muchas personas son represaliadas tan solo por opinar, pero en una democracia se nos educa para no coartar a nadie en su derecho a manifestar libremente sus críticas y opiniones, siempre que no transgredan la ley y por muy políticamente incorrectas que sean.

Lo contrario puede desatar sectarismos y corrientes puritanas que todos sabemos a dónde conducen.

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