El Estado es una empresa de la que todos los ciudadanos somos sus dueños. Para gestionarla contratamos periódicamente a los políticos (votando), por lo que estaremos de acuerdo en que ellos son nuestros empleados y nosotros somos sus jefes. Las empresas caen si los empleados no realizan su cometido, o si los jefes no ejercen como tales, culpándose generalmente a la situación del entorno comercial, a veces a los empleados, raramente a los jefes, y menos aún a los dueños. Curiosamente, solo en el caso del Estado, suele culparse de su fracaso a los dueños (los ciudadanos), algo que merece una reflexión.
El Estado es la única empresa en la cual la mayoría de sus dueños ganan menos que sus empleados, y la única en la cual estos últimos pueden anteponer sus intereses a los de la mayoría de aquellos que les contrataron, independientemente de las tendencias políticas. El Estado es la única empresa en la que los verdaderos jefes raramente tienen la última palabra, y también la única en la cual los empleados contratados para su gestión establecen unilateralmente sus condiciones laborales, el único aspecto en el que suelen ponerse todos ellos de acuerdo.
Esta paradójica situación tiene notables consecuencias para los ciudadanos dueños del Estado, una empresa en la que solo se les tiene en cuenta a la hora de hacer nuevos contratos. Mientras, entre los empleados contratados (sea cual sea su tendencia política) aparecen oportunistas que corrompen el sistema en beneficio de ellos y de sus allegados, seguidos de todo un elenco de acusadores y salvadores cargados de promesas regeneradoras, pero cuyas verdaderas aspiraciones suelen ser las de ser contratados para integrarse en el grupo al que acusan de beneficiarse de la estructura del Estado.
Todo esto tiene mucho que ver con la educación en general y con la educación política en particular.
En una democracia el ciudadano es el responsable de lo que ocurre en el Estado, y como su dueño y jefe debe estar bien preparado e informado para poder decidir correctamente a quien contratar para la gestión de su empresa. Pero ante todo, el ciudadano debe tener claro que el Estado es una empresa formada por personas, y para que funcione bien, esas personas – sus dueños – no pueden estar ni desatendidas ni sometidas a falsas promesas.
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