Mañana, los catalanes decidirán la composición de su próximo parlamento. Estos comicios se celebran en una situación de excepcionalidad jurídica – el anterior parlamento fue disuelto tras la inédita aplicación del famoso 155 – y política - algunos candidatos están en prisión o fugados -, pero con total legitimidad social, legal y democrática. La campaña se está desenvolviendo con normalidad y los electores podrán concurrir con toda tranquilidad a las urnas. Más allá del probable y vano intento de deslegitimar el resultado – si le resultara adverso - por parte de alguna fuerza independentista, los votos mostrarán la foto real de lo que piensan y quieren los electores de Cataluña. A eso se le llama democracia, y no a la imposición con la que algunos quisieron laminar nuestra constitución y libertad.
¿Qué pasará mañana? Nadie lo sabe, aunque las encuestas – y el sentido común - apuntan al retroceso en votos y escaños del bloque independentista, que podría perder la mayoría con la que ha castigado a la convivencia en Cataluña y España. Asimismo, los sondeos vaticina una subida del conocido como bloque constitucionalista, PP, PSC y C,s, que podría superar en votos y escaños a los independentistas sin alcanzar la mayoría absoluta, por lo que los diputados de la filial catalana de Podemos quedarían como árbitros. Aún existe una bolsa de voto indeciso, que terminará decantándose seguramente por el voto constitucionalista en alguna de sus variantes. Si hay sorpresas, será en favor de los constitucionalistas.
¿Qué primeras conclusiones podríamos extraer si este fuera finalmente el resultado? Primero, constatar que los independentistas no representaban a Cataluña, sino a una parte minoritaria de ella. Segundo, que los catalanes desean abandonar el camino absurdo del Procés. Tercero, que, probablemente, será muy difícil armar una mayoría, por lo que no habría que descartar la celebración de nuevas elecciones en la primavera.
Gane quien gane y se forme el gobierno que se forme – ojalá constitucionalista, por el bien de Cataluña, en particular, y de España, en conjunto – las cosas cambiarán con mucha lentitud. El independentismo social y político se ha apoderado de tal manera de los discursos, de los centros de poder, de los medios de comunicación, del adoctrinamiento en los colegios, que costará que un nuevo relato integrador logre derrotarlo. Pero esa debe ser nuestra tarea a partir de mañana. Una España como proyecto común y compartido, que garantice los derechos de todos los españoles por igual y que contribuya a un futuro más próspero y justo. España como ilusión, como proyecto. Conscientes de nuestras limitaciones y errores, pero también orgullosos de lo mucho que hemos construido a lo largo de nuestra prolongada historia. A día de hoy estamos a años luz de compartir ese ideal, ni en Cataluña ni en el resto de España. Ha sido necesario la agresiva provocación del independentismo catalán para que un cierto patriotismo aflorara en forma de oportunísimas banderas, que han sido muy importantes, desde luego, pero que no serán suficientes a medio plazo. Nos queda dar y ganar la batalla intelectual y de las ideas, de los proyectos, de los beneficios y de los logros. Las elecciones de mañana son muy importantes como primer paso de ese camino largo y complejo, que debe perseguir el unir a los españoles y no a dividirlos, el trenzar complicidades y no el incendiar con enfrentamientos ruinosos y egoístas.
Mañana ganará en Cataluña el constitucionalismo, para alivio de muchos y como baño de realidad para un independentismo totalitario y radical. Decían hablar en nombre de una Cataluña que, en verdad, ni los quiere ni los vota de forma mayoritaria. Mañana asistiremos al primer paso de un camino largo, democrático e ilusionante que nos conducirá a una mejor Cataluña en una España de todos.
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