La Taberna de los Sabios

La gloria del héroe fracasado

El president Puigdemont deshoja la margarita de su personalísima decisión de convocar, o no, elecciones mientras se cuestiona sobre el qué pudo fallar

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Elecciones sí, elecciones no … ¿Qué hago? El president Puigdemont deshoja la margarita de su personalísima decisión de convocar, o no, elecciones autonómicas para evitar el 155, mientras se cuestiona, malhumorado, sobre el qué pudo fallar. El Plan era perfecto, llevaban años preparándolo concienzudamente, dedicando a ello presupuestos ingentes de la Generalitat y toda su inteligencia política. Casi cuarenta años de infiltración nacionalista garantizaban que cualquier puesto de la administración autonómica, local, asociativa, cultural, deportiva, sindical y empresarial estuviera copado por incondicionales a la causa. Los medios de comunicación, merced a subvenciones y publicidad, cantaban sistemáticamente la loa del soberanismo y criticaban abiertamente cualquier decisión del gobierno español, que no entendía – coreaban - lo catalán. España nos roba, repetían, sin que nadie pareciera cuestionarlo.El españolismo estaba proscrito, cualquier catalán que en público expresara su afinidad a la idea de España era de inmediato ridiculizado, aislado y proscrito. Todo parecía funcionar a la perfección. Las Diadas eran cada año más numerosas y los hijos de andaluces – casi dos millones – abrazaban la causa independentista para redimir su condición vergonzante de charnegos y poder integrarse así, plenamente, en la sociedad catalana, tan avanzada y europea en contraposición de la cuasi africana de sus padres y abuelos.

Todo parecía funcionar a la perfección. ¿Qué pudo fallar, entonces?, medita Puigdemont mientras pasea por el claustro gótico del Palau de Sant Jordi. El español estaba erradicado por ley en los rótulos comerciales, y en los colegios los niños eran adoctrinados adecuadamente. Ya conocían desde pequeños como las fuerzas españolas ocupaban Cataluña y pisoteaban su libertad. La educación estaba consiguiendo a plena satisfacción su inequívoco objetivo: que los niños odiaran a España y a todo lo español. Todo iba bien y se iban recogiendo los frutos: los ayuntamientos ya retiraban, por ejemplo, las calles a Machado y a otros autores españoles, por fascistas y extranjeros. Tan sólo algunos traidores – y el president frunce el sueño cuando lo recuerda – como Serrat, Coixet, Marsé o Boadella, sacaron los pies del plato y del pesebre dispuesto. Eso no lo podían consentir; ya condenaron al olvido a Dalí o Plá, por españolistas. Sólo puede ser buen catalán quien sigue fielmente las consignas del independentismo, asiente. Fuera de ellas, sólo el frío mesetario y la sinrazón españolista.

El dominio ideológico era total, sin réplica intelectual alguna. Todo parecía a punto, y la ocasión se presentó con una crisis pavorosa que dejó exhausto al Estado. El malestar por el paro, los recortes, la corrupción, creó un clima de intenso malestar, que fue canalizado para la causa por los populismos de la CUP y demás, adocenados al servicio de la burguesía independentista. Son radicales, es cierto – asiente en silencio Puigdemont – pero útiles. Ya nos libraremos de ellos. El Estado parecía desmoronarse. Era el momento para dar el golpe definitivo, para dinamitar la odiada constitución española. Cualquier excusa fue buena para poner en marcha el Procés, que debería haberlos llevadohasta la independencia,entre el júbilo de la sociedad catalana, la comprensión de las empresas, los brazos abiertos de los otros países europeos y de la impotencia de un estado ausente. Pero no fue así… ¿Qué pudo fallar, entonces?

El Procés ha muerto, el golpe ha fracasado. ¿Qué hago? Y Puigdemont decide, finalmente, ante el espejo de la historia. No conseguí la independencia,- se emociona - pero obtendré, al menos, la gloria póstuma del héroe fracasado. 

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