La salita de Moy

La carta de Cuaresma

Imagina que recibes una carta en la que te marcan que tienes veinticuatro horas para que hagas todo lo que te falte antes de que llegue tu añorada Semana Santa

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Imagina que recibes de pronto una carta. En el remite del sobre tan solo el barquero. “En cuanto el sol sea una luna vendrá a buscarte la barca. Tienes veinticuatro horas por si te quedaron cosas en el tintero”, escribía Martínez Ares, don Antonio, en 2017 para su comparsa La Eternidad. 

Pues hazlo tuyo e imagina por un momento, el justo para leer la salita de esta semana, que recibes una carta en la que te marcan que tienes veinticuatro horas para que hagas todo lo que te falta antes de que llegue tu añorada Semana Santa. 

¿Por dónde empezar? ¿Quizás por recoger la túnica de la tintorería? ¿O tal vez por ir a sacar la papeleta de sitio? No olvides el ensayo de ese paso de misterio con el que sueñas cada día. Ni por supuesto de aquel concierto de la banda que suena en tu coche de julio a primavera. Con un poco de suerte tendrás tiempo para sentarte con tu abuelo a charlar de la Semana Santa que se fue y que ni el anhelo ya hará que regrese. Pero tampoco dejes escapar la oportunidad de citarte con tus amigos para imaginar lo que será entre versos de Buzón. 

Se te olvida algo. Lo sabes. ¿Pero te dará tiempo? ¿Serás capaz de organizar tu día para alcanzar la dicha? Pues adelante. Corre y no te entretengas, que con suerte cogerás sitio en la cola de la igualdad para renovar tu juramento como hermano de tu cofradía y darás testimonio público de tu fe. 

Cae la noche. Se apaga el día. La túnica ya cuelga de la percha de tu infancia y tu madre ha cosido el escudo al pecho que remarca tu identidad. Misión cumplida. El sueño agota. Mañana la espera, por fin, habrá terminado. 

¿Seguro? ¿Vas a dormir tranquilo? ¿Te sientes completamente realizado y preparado? ¿No olvidas algo?... “Parece que está, pero algo falta”, recriminaba Barbeito en su pregón. Algo tan grande que sería capaz de robarte el sueño. El fundamento. La esencia. El amén de nuestra celosa identidad. 

Tan sencillo, pero rutinariamente tan complejo como arrodillarte ante el Sagrario que fulmina nuestros pecados y rezar un Padrenuestro. Pedir perdón por tus errores y entregar tu espíritu a sus designios. La definición de nuestra espera, de cuarenta días que vuelan como si veinticuatro horas fueran. 

Hoy llega esa carta, con un remite en letras de oro que perfilan dos letras y una palabra: “Yo”. El tú, el Él que fórmula tu ser. Tu fe inquebrantable en el nombre de Dios. Y sólo en ti está el agarrarla o el permitir que se escape esta nueva oportunidad. Define correctamente tu calendario, que en 40 días tenemos tanto tiempo como para alcanzar la eternidad.

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