La salita de Moy

Si Murillo levantara la cabeza

No sé cómo serán los peluches que con tu cara tiren en la cabalgata, ni el sabor de los platos en tu nombre a 25 euros

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El 1 de enero de 1618, un recién nacido de una familia de plateros, el menor de catorce hermanos, fue bautizado en la Real Parroquia de la Magdalena, el inconfundible pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo. Para muchos, el doctor del barroco transmitido durante centurias a través de sus valiosísimos lienzos. Para otros, el germen de un perfil artístico anticipado, denominado rococó. Yo, por ahora, ni tengo uno, ni tengo otro, aunque que más quisiera. Pero, bueno, pasa a esta humilde salita, en la que aunque no podrás contemplar el original, sino una copia de la “Virgen de la servilleta”, sí que podremos versar libremente spbre el carácter circense que parece que Sevilla quiere brindarle como homenaje a una de las banderas de nuestras valoradas y respetadas bellas artes.

Acaba de levantarse el telón de los actos conmemorativos de la que debiera ser una ejemplar celebración. Y recalco lo de “debiera ser” porque hasta ahora el nombre de Murillo no está sirviendo para nada más que para pisotearlo y mancharlo entre sermones políticos. Una danza negra sobre su tumba sería más cortés por parte de algunos.

Partamos de un inicio convulso, en el que ni una comisión adecuada, ni un Ayuntamiento responsable, eran capaces de unir coordenadas para elaborar, con sentido, un programa de actos para este ya efímero 2017 en el que todo el mundo, no sólo Sevilla, está conmemorando el IV centenario de su nacimiento. Pero bueno, siempre nos quedará el aniversario de su primer cumpleaños. Por medio, el esperpento del ICAS. ¿Qué va a pasar con el ICAS, señor Muñoz? Nos aclaramos de una vez o seguimos colocándoles pelucas y trompetas a los responsables de estos marrones que ensucian el Año Murillo.

Por otro lado, el papelito del nuevo fraile de Capuchinos, preocupado más por salvaguardar sus egos y disparar a la prensa que en positivizar lo mucho y bueno de su propia comunidad. Los 85.000 euros tirados a la papelera de la desidia es para hacérselo ver. Y en positivo, o por decir algo, el interesado galardón de una empresa turística que ha pensado que Sevilla debe liderar durante el retrasado Año Murillo un podium en el que, extrañamente, figuran monumentales y fenicias ciudades como son Detroit (EEUU) y Canberra (Australia). Si alguno, en el tiempo que pestañea, me cita al menos dos monumentos de estas localidades, mañana le invito a comer en mi querido restaurante Alexandre de Sanlúcar la Mayor. Por este camino, no se extrañen si mañana llegase uno de estos inventores de juegos y fantochadas con ideas de realizar una serie Manga de la vida y obra de Murillo.

Ay, Murillo. Quién te vio y quién te ve. Con lo que fuiste entonces y has sido para las generaciones venideras que encontramos en el arte un escondite reflexivo y arquitectónico de nuestras almas. No sé cómo serán los peluches que con tu cara tiren en la cabalgata el 5 de enero, ni si el sabor del plato tasado en 25 euros cumplirá con los cánones de la época. Ni siquiera sé si Sevilla será capaz de estar a la altura de un gigante como tú. Pero estoy tranquilo, porque pienso que amarías a Sevilla no por sus prodigios, ni por sus ricos caballeros, sino por sus retales y rincones de ensueño. Y estoy convencido de que ahí arriba, en el museo de la eternidad, ya tendrás trazada en tus lienzos a la ciudad verdadera de la que muchos nos vanagloriamos por ser de ella y de la que, en ocasiones, nos sentimos desconocedores. Ay, si Murillo levantara la cabeza.

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