La salita de Moy

Los Amarillos, el autobús de toda mi vida

Se me pone la piel de gallina sólo al pensar que no vuelva a subir los escalones del autobús que conoce toda mi vida...

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Se me pone la piel de gallina sólo al pensar que no vuelva a subir los escalones del autobús que conoce toda mi vida. Que regrese por la estación del Prado y sus andenes no se coloreen de amarillo y verde, los tonos que siempre han despertado todas mis ilusiones. Me escuece imaginar ese trayecto habitual a mi tierra natal, Chipiona, y recibir la llamada de mi tía y que por mor de los intereses ya jamás vuelva a preguntarme: “¿Ya venís en Los Amarillos?”.

Porque 80 años es tiempo suficiente como para que no te saquen de la carretera de un plumazo. Cientos de millones de kilómetros recorridos por asfaltos imposibles, cuando nada era lo que hoy es, cuando sólo aquel chófer llamado Manuel sabía los porqué de aquellos reiterados trayectos de Luisa hasta Lebrija; cuando la pasión de mi abuelo se derramaba sobre aquel autobús que le llevaba tantos domingos desde Chipiona hasta el Ramón Sánchez Pizjuán. Cuando sólo ese bus entendía de un amor que en la inmensa distancia que por entonces se comprendía entre Triana y Chipiona continuó su rumbo gracias a aquella línea de la esperanza.

Este transporte público ha sido el que cada 22 de junio levantaba mis más incógnitas pasiones cuando llegaba la hora de guardar en el baúl los libros del colegio para dejar hueco en esa maleta a los besos de una abuela que en la vieja estación siempre me esperaba. Es el mismo que me ha visto enfermar en invierno y enamorarme en primavera. El que conoció mi primera Game Boy. El que unas veces iba vacío para regresar repleto de regalos cuando por mi pueblo pasaban los Reyes.

Y hoy, después de ocho décadas, tras 800 mil historias como la mía preservadas entre algunos extintos y otros renovados motores, el destino, por no decir las sospechosas manos del hombre, quieren arrebatarnos algo tan nuestro como la propia bandera de Andalucía. Y sí, sé de buena tinta que la empresa que la sustituyese no mermará en sus servicios por Cádiz, Sevilla y Málaga. Pero no, jamás sería lo mismo aunque pusieran sillones con automasaje para todos los viajeros. Será que es parte de mi vida y que su pérdida podría llegar a ser comparable a la de un ser querido. Será que no me imagino las carreteras desiertas de esos colores amarillos y verdes. Y es que no, no estoy dispuesto a conocer la última parada de Los Amarillos sin que antes al menos no se hayan subido mis hijos.

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