La salita de Moy

Que nos tema a nosotros

Cuatro malasangres, como diría el delegado de Fiestas Mayores, cuatro cabezas de turco, cuatro irracionales o cuatro criminales...

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Cuatro malasangres, como diría el delegado de Fiestas Mayores, cuatro cabezas de turco, cuatro irracionales o cuatro criminales. Sean como fueren no van ni pueden ser ellos los que levanten esa muralla que aísla al hombre del miedo, del terror.

No es fácil ni vivirlo, ni tampoco contarlo. Y no lo es porque en tu voz pende ese frágil cordel que es capaz al mismo tiempo de tranquilizar a las masas que de sembrar el pánico. La responsabilidad social, al menos en un asunto que deriva de nuestra milenaria herencia, debe primar por encima de la ética comunicacional en ese preciso instante en el que el desconcierto gobierna sobre la ciudad.

Pero más allá de imágenes punzantes o de comentarios alarmantes, hoy todos debemos aunar nuestras profesiones (periodistas, policías, políticos, camareros, banqueros, electricistas, carteros...) para erradicar una mal endémico que el próximo año cumplirá su mayoría de edad. Porque este niño malo se hace mayor y parece que el correccional ha dejado de ser útil ante los agravios repetidos. Las riñas de los padres ya no surten efecto.

Pero en sus 18 años caerá en las manos de la sociedad, sin escudo que le proteja, ni tutores que se hagan responsables de sus actos. Ahora seremos nosotros, los ciudadanos de a pie, los que tendremos la gigantesca responsabilidad de reeducacionar a este golfo sin escrúpulos. ¿Y cómo hacerlo? Primeramente, no mostrándole nuestras debilidades y miedos. Que vea que ese gamberro no posee el poder de la verdad universal. Y si se pone violento, collejón al canto. Somos muchos más y uno frente a cientos de miles no puede hacer nada. Además, somos nosotros los que tendremos que predicar con el ejemplo, porque a la calle en Semana Santa no se sale ni con sillitas de playa, ni con mesas llenas de filetes empanados, ni con barajas de cartas para jugar al mus. Además, para eso mejor quedarse en casa, más a gusto y no se pasa frío... Si la Madrugá la televisamos por la tele. Debemos recuperar el decoro y si alguien se lo salta al menos ponerle la cara “colorá”. Que sienta la vergüenza en sus carnes. Que sienta que esta tradición es centenaria y ya está inventada.

Luego confiaremos en el buen hacer de nuestro ejemplar plan de seguridad, en los gobernantes (¿Cuándo denunciará los hechos acaecidos Participa Sevilla? Qué esto supera la fe, señores. Qué hay heridos y alguno grave) y en nuestras cofradías. Porque en su 18 cumpleaños tenemos que salir a la calle, como siempre. Deben ser miles los nazarenos que vistan sus túnicas y cientos los músicos que pongan el son.

Las imágenes sagradas deben lucir sus mejores galas y el público tiene que llenar las calles para que no caminen solas por la Jerusalén sevillana. Y si hace falta le compraremos globos a los niños y repartiremos sonrisas. Porque el crío malo se hace mayor y Sevilla debe celebrarlo. Celebrar que en su 18 cumpleaños será a nosotros, a los adultos sevillanos, a quién comience a temer. ¿Dónde está ahora tus irresponsables padres, malasangre?

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