La salita de Moy

Qué alegría cuando me dijeron...

Ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos. Hay una tierra prometida que desde la distancia puede resultar oscura, incluso peligrosa...

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Ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos. Hay una tierra prometida que desde la distancia puede resultar oscura, incluso peligrosa. Pero lo cierto es que en los lugares que santifica la cristiandad ni hay tanques en sus puertas, ni misiles que iluminen el cielo cual estrella de Belén. Pero pasa, no te quedes en la puerta, que desde la añoranza de este peregrino hoy vamos a retomar los pasos por Tierra Santa desde esta renovada salita.

Confieso que ese nervio me acompañó hasta los primeros pasos dados por el Monte Carmelo, en Haifa. Se me trababan las palabras en aquel estricto control en la T4 de Madrid, con incesantes preguntas por parte de la seguridad israelí. Miré mil veces por la ventanilla del avión, esperando la llegada de los cazas para custodiar nuestra llegada. Esperaba un país derruido por las guerras y tensionado en su rutina. Creí por un instante que aquel santo lugar podría parecerse al mismísimo infierno. Pero ya lo ves, amigo. Aquí estoy de vuelta, sano y salvo, y restaurado en mi fe.

Tuve la enorme fortuna de pisar la tierra por la que Jesús y María proclamaron la buena nueva y anunciaron el Reino de los Cielos. Tuve la inmerecida dicha de otear el hogar de la Virgen, de mojar mis dedos con el Mar de Galilea, de sentir el frío de las piedras que resguardaron a Jesús en prisión o de besar y llorar sobre la roca donde Cristo fue sepultado y al tercer día resucitó. Pero, sobre todo, tuve la suerte de formar parte de un selecto elenco de peregrinos que comandados por Nono Távora (Viajes Triana) y por el sacerdote D. Miguel Ángel Bernal (Archidiócesis) completamos uno de los caminos que marcarán nuestras vidas.

Porque en la luz que enciende la fe de nuestros corazones radica una Iglesia viva. La que peregrina día a día por cada rincón sin rencores, sin malos humos y con el amor por bandera. Un espejo que reflejó cada asiento de aquel autobús que recorrió Israel sin el wifi prometido, pero sin la necesidad de nada más que de nuestra propia compañía. Vibró esa “trasera” que pasará a la posteridad en un vínculo de amistad irrompible, con curas que siguen dando ejemplo de como lanzar las redes al mar. Hubo hermanos mayores y oficiales de juntas que dejaron en tierra sus cargos para que más nunca fueran cargas. Las mujeres y una madre nos mostraron la fe en María. Y Antonio..., quien sabe si la luz de su sonrisa es nuestra verdadera Tierra Santa.

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