La salita de Moy

El marinero navegó por Sevilla

Feliz madrugada, amigo. Bendito el momento en el que nos vimos por vez primera en esa calleja donde los pesares pesan y los llantos resuenan en el requiebro...

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Feliz madrugada, amigo. Bendito el momento en el que nos vimos por vez primera en esa calleja donde los pesares pesan y los llantos resuenan en el requiebro sencillo de las humildes piedras. Pero pasa, pasa, no te quedes en la puerta. Límpiate bien las suelas de tus sandalias y entra en esta salita donde la penitencia por un día es gloria; donde Sevilla por una noche no llora; en donde el sol por un rato es luna y también aurora.

Decía el pregonero que en la ciudad de los besos el Gran Poder navega. Y debió verlo antes que todos, porque camina sobre las aguas cual navío inglés entre olas de poniente. Y nunca se detiene. Siempre apunta al horizonte buscando el puerto donde las oraciones se anclan en sus manos para formar el crucero de la libertad. Es un barco que por la mar ilumina a tantos otros que naufragan en esas noches donde la luna se esconde detrás de los ojos de la gente.

Y sobre una Sevilla revoltosa, indiscreta, de torpes andares, el Señor quiso montarse en su barca, pero no piensen que lo hizo en esos trasatlánticos que todo lo pueden, sino en aquella barquita de madera de marineros ancestrales que con una caña y dos redes salen bajo el tapiz de las estrellas a pescar buenos alimentos. Ese es el barco del Gran Poder, el que no parece y siempre es. El más humilde y llano que pueda navegar por Sevilla entre más de 200.000 olas rabiosas de piedad y misericordia.

Por ello, el astro rey enciende su foco cuando parece que la noche requiebra. Porque es el Dios del universo la música suena cuando el silencio reina. Y no hay mar sin sirenas que no le canten en la pobreza al marinero que a las monjitas mira para llenarlas de luz eterna. Es por ello que en la amargura su dolor se fermenta en el poder más extraordinaria que pueda existir sobre la faz de la tierra. Y en el clamor del rosario Él la mira y reza para demostrar a toda la urbe cristiana que nada como amar a la Santísima Virgen para alcanzar las benditas promesas.

Cuando Él pasa todos callan. Pero si la mar está en calma y Él llega a buen puerto tras la ardua faena y con la pesca cosechada a buen recaudo, entonces y sólo entonces se forma la algarabía en una plaza que aplaude entre miles de corazones porque han logrado ver y por siempre contarán que una noche cuando más el sol brillaba vieron navegar a Jesús del Gran Poder por una ciudad que se lanzó a sus redes para profesar su fe al marinero de San Lorenzo.

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