La salita de Moy

Narci, tu nombre que bien me suena

Ya estamos de vuelta. ¿Qué tal te han ido estos 14 días sin vernos? Te he echado de menos, pero bueno...

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Ya estamos de vuelta. ¿Qué tal te han ido estos 14 días sin vernos? Te he echado de menos, pero bueno, ya se sabe que nunca es tarde cuando la dicha es buena. Pero límpiate bien los zapatos antes de entrar que esto está como los chorros del oro.

Es curioso y, lo peor, una tónica más que general casi que natural, echar en falta lo que has dejado de tener. En esa melancolía, humanamente hablando, las personas estamos fabricadas con cristales que desmenuzan nuestro ser cuando alguien se va para no volver. Y siempre se van los buenos, es ley de vida. Es la norma que impera y que por algo debe imperar. Mera causalidad del destino.

Y se fue Narci. Para el mundo, probablemente una más, pero para Bellavista y buena parte del espíritu cofrade de la ciudad fue y siempre será Narci, la del Dulce Nombre. Una mujer montada en un todoterreno que diariamente recorría el alma de los vecinos del barrio. Con ella no faltó un alfiler, ni una puntá fuera de tiempo. Ni siquiera una capilla cuidada, reluciente e incluso sonriente en la felicidad de su cara. Era la gobernanta de una casa que se ha forjado de ilusiones, de esperanzas sinceras en las palabras y, sobre todo en los hechos, de la recordada Narci.

Tal vez por ello Sevilla lloró su pérdida entre el domingo y el lunes más luctuoso que se recuerda en el vulgo de Bellavista. Seguramente y sin más razones que su obra bastaron para que sus dos amores platónicos y más sinceros bajaran del cielo para arroparla en la Salud eterna y cobijarla en el manto de su nombre más dulce. Posiblemente, porque se iba la gobernanta la Señora de Valme bendijo un nuevo año a sus casas, a sus vecinos antes del último aliento. Antes de despedirse en vida para hacerse eterna.

Y sí, se irán los buenos, pero siempre se quedan, nunca perecen. En el ejemplo. En sus buenas obras. En su recuerdo. En el anhelo de seguir sus pasos para que jamás se borre su nombre en el asfalto de sus calles, en los balcones de su gente, en la fachada de su iglesia. Bellavista llora, pero su lágrima viva será el mayor reguero de esperanza para un barrio que, sin duda, a partir de ya portará un alfiler de Narci en sus corazones para recogerle los bajos al dolor y perfilar la más hermosa sonrisa. El Dulce Nombre de Bellavista queda ya para siempre en la memoria de la gobernanta que cautivó día a día, hora a hora, a todo aquel que se preciara a rezar ante sus Sagrados Titulares. Descanse en paz.

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