La salita de Moy

El arte de las bandejas

La Sevilla romántica, de puentes y callejones de ensueños, amén de la monumentalidad de su esencia, acostumbra a embelesar con sus besos a todo...

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La Sevilla romántica, de puentes y callejones de ensueños, amén de la monumentalidad de su esencia, acostumbra a embelesar con sus besos a todo aquel que la visita, sea en enero, en abril, en agosto o en noviembre. Porque no entiende de fechas, ni de tiempos medidos para disfrutarla al son de su Giralda morena.

Es hermosa, radiante, pero no por repetirlo tanto más guapa se va a vestir, porque Sevilla ya lo es por castigo, el más bendito. Y lo es de norte a sur, de este a oeste. Y lo es en la aurora del alba, al fragor del mediodía o en la cervecita de la noche. Pero también lo es en esas horas "brujas" de la madrugada más hermosa que pueda existir en la tierra. En la sombra de las luces de la ciudad que casi nunca duerme, porque despierta sueña.

Así, cada fin de semana, incluso cada día de la semana me atrevería a decir, la Sevilla joven llena de luz las noches y la viste de fiesta con sus mejores galas.

Sólo hay que asomarse al balcón del Guadalquivir. Desde aquella barandilla donde la luna se asoma la noche galopa al son de la música y de la diversión. Música, risas y unas copas que levitan milagrosamente entre la bulla sobre bandejas que esquivan decenas de cabezas. Es lo que un servidor denomina como "el arte de las bandejas". El arte de estar entre amigos cuando Sevilla duerme. El arte de ser sanos de almas y convivir bajo las estrellas de las farolas de la ciudad. El arte de distraer las consciencias con un poco de sevillanía. El arte de saber estar cuando otros te critican por parecer y no serlo.

Pero Sevilla también es noche y algarabía. Es doncella y es Don Juan. Aquí las luciérnagas tienen sentido y sino que se lo digan a esas terrazas de Paseo Colón, o a una Triana en fiesta en su San Jacinto peatonal. Sevilla nació para amar en sus dos vertientes, en sus dos orillas, en sus dos Esperanzas, en sus dos colores. Sevilla se quiere y se ve guapa, de día y de noche, de tarde y de madrugada. Sólo hay que vivir en ella para entenderla y saber que la hora no es un verdadero problema cuando al final siempre al llegar a casa la miras, te despides y piensas: Qué guapa está siempre Sevilla sea a la hora que sea.

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