El médico, el abogado y el candidato

¿Verdad que cuando van al médico aquejados de alguna enfermedad solo les interesa que sea un buen profesional para dar con el tratamiento adecuado?...

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¿Verdad que cuando van al médico aquejados de alguna enfermedad solo les interesa que sea un buen profesional para dar con el tratamiento adecuado? ¿Verdad que cuando acuden a un abogado nada más que esperan que les resuelva satisfactoriamente el asunto legal y, si puede ser, la minuta no se vaya por las nubes? ¿Verdad que priorizan en esos profesionales valores como la cualificación, la experiencia, la honestidad y la capacidad de resolución antes que otros relacionados con su vida personal y su intimidad?

Cuando se acercan las elecciones generales asistimos a una demostración patética, y a destiempo, de los valores humanos y familiares de los candidatos que pelean por el poder político. Conceden entrevistas supuestamente intimistas o desenfadadas, aceptan realizar actividades deportivas extremas e, incluso, enseñan sus hogares. Con estas migajas de normalidad pretenden compensar el déficit de cercanía que les achaca la ciudadanía. Es una especie de mostración de la Síndone política para que los creyentes-votantes puedan ver de cerca, una vez cada cuatro años, a sus candidatos y sigan teniendo fe en ellos. Este abajamiento se asemeja a aquellos besamanos reales, cuando el poder absoluto, encarnado por el monarca, concedía a su pueblo la gracia de acercársele tanto como para tocarlo. Ahora son los medios de comunicación, en especial la televisión, los que actúan de propiciadores de este encuentro virtual entre poder y pueblo, un encantamiento que se deshace a las doce de la noche electoral.

La política, como la medicina o el derecho, exige seriedad y rigurosidaden su praxis para que no se trivialice. De igual modo que no hay una manera de practicar la medicina o de ejercer la abogacía desenfadadas –y si las hay, sus consecuencias son nefastas-, tampoco la hay de hacer política molona, porque eso nos puede llevar a espectáculos tan ridículos como el que protagonizó Miquel Iceta bailando durante toda la campaña electoral catalana. Y es que la cercanía de un político no se demuestra en los medios de comunicación, en entrevistas amables, sino en las propuestas políticas que defiende, y que deberían ser el resultado de un trabajo colectivo de campo para detectar problemas y articular soluciones, o en las decisiones que toma si está gobernando. Queda muy guay que Rajoy vaya a una tertulia deportiva radiofónica y dé una cariñosa colleja a su hijo que arranca sonrisas mientras lleva cuatro años de legislatura dando durísimas collejas a niños y adolescentes de este país con sus salvajes recortes en educación.

Otro índice de cercanía es que no intenten engañarnos. En la vida cotidiana nos sentimos cerca de otras personas por afinidad, y consideramos una traición que, valiéndose de esa confianza, pretendan manipularnos en su beneficio. Posiblemente dejaríamos de considerarla cercana y empezaríamos a verla como falsa e interesada. En política igual: ¿cómo pueden resultarnos cercanos, por muchos reportajes de sus vidas familiares que hagan y por mucho que nos enseñen sus viviendas, quienes han colaborado y protegido –por acción u omisión- a corruptos? ¿Cómo quieren ser nuestros coleguitas quienes nos prometieron bajar los impuestos y, en vez de hacerlo, los subieron, y además premiaron a los defraudadores con una amnistía fiscal? ¿Quién confiaría en ese amiguete molón que le aseguró que jamás sería casta y que acabaría con las pervertidas maneras de los partidos tradicionales al verlo practicarlas?

Y el último factor de cercanía es la ejemplaridad. Tras las personas que consideramos ejemplares hay honestidad y coherencia, algo que admiramos y nos hace sentirnos más cerca de ellas. Ejemplar no significa perfecto, y ahí entra el componente de la sinceridad para reconocer errores. Esa ejemplaridad natural, no trabajada a golpe de marketing político, atrae y acerca, y no puede ser lograda por más eslóganes que los candidatos repitan en las entrevistas.

Les reconozco que me quedo con el médico que me cure, el abogado que gane mi causa y el candidato que resuelva mis problemas y busque la justicia social. Si lo hace, no tiene que mostrarme su cocina ni fotos de su niñez ni subirse en un coche de rally para que lo sienta un político cercano.

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