Justicia musical

Hoy, lunes de resaca electoral, día en que la palabra derrota no existe en el vocabulario de los partidos y cualquier resultado, por muy catastrófico que sea, es interpretado con optimismo impostado, debería dedicar el artículo a las elecciones municipales..

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Hoy, lunes de resaca electoral, día en que la palabra derrota no existe en el vocabulario de los partidos y cualquier resultado, por muy catastrófico que sea, es interpretado con optimismo impostado, debería dedicar el artículo a las elecciones municipales. Pero no lo haré porque estas dos semanas de campaña electoral me han dejado exhausto a fuerza de escuchar las mismas palabras y eslóganes en las bocas de todos los candidatos. Sobre todo, ha sido tendencia que los candidatos usaran el símil de la música en sus intervenciones, sobresaliendo ese hit de las alianzas que hemos escuchado repetidamente de "la música de sus propuestas me suena bien pero la letra me chirría". Y con tanta metáfora musical uno estaba deseando que el director diera la orden del chimpún final y se terminara -me temo que no será hasta noviembre- esta canción ramplona y con estribillos bobalicones.

El manoseo de algunas cosas por los políticos y su perversión a través de las metáforas en que las meten a empujones me incomodan. Y cuando juegan, metafórica y fiscalmente, con cosas que, como dice Serrat, no tienen repuesto, aún más. Es el caso de la música, una delicada flor de sal y gozo que cogen con sus manoplas de hierro sin el menor cuidado. La meten en sus discursos políticos sin el respeto que merece una actividad artística que, sin aparecer en el BOE, procura bienestar para las personas y les ayuda a sobrellevar las penurias del día a día con una dignidad que ningunas siglas pueden ofrecerles.

El azar, la maldita casualidad, ha hecho que en esta última semana de campaña electoral, donde se ha manoseado retóricamente la música, se haya muerto un imponente trozo de la historia musical sevillana y andaluza, Manuel Molina. Su muerte se lleva muchas cosas que ya no serán más y que escasean, como la sinceridad en la creación y la coherencia entre músico y su música. Letras y sonidos que eran puerta de entrada a unos hondones donde nadan los peces de los miedos y esperanzas del ser humano. Quejíos y rajeos sostenidos por una filosofía vital, por una manera de entender y exprimir la existencia única, tan intensa como balsámica, tan explosiva como acogedora. Se ha ido una manera original de decir lo de siempre, un alma inquieta que sospechaba que en la búsqueda misma está ya contenido el hallazgo, que nada hay más moderno que andar los caminos de los ancestros rayando con sus piedrecitas las suelas de los zapatos de estreno.  

Como todo artista genial, nos ha desvelado sendas ignoradas, también a transitar de otra forma las ya conocidas. Ha sido artista hasta para descubrirnos, con su muerte, que existe en esta tierra un universo olvidado de creadores, a los que se ningunea mientras se aplauden bazofias bajo la denominación de origen del hecho en el Sur. La pérdida de Manuel ha obrado el milagro de aflorar una época irrepetible para la música de este país, un cacho de historia que hizo alinearse los astros musicales para que este rincón sureño pariera músicos y artistas que demostraron que lo de siempre podía ser dicho con otros lenguajes. Músicos que en otros lugares serían tratados honorablemente, y que aquí son maltratados con el único honor que se les concede a los insurrectos del arte, el olvido.

Gracias a Manuel en estos días nos hemos metido en un aleph donde Lole y él siguen cantando a un nuevo día; donde Smash sigue haciendo una música tan genuina que es mejor no enjaularla en etiquetas, solo es música; donde Matito sigue doliendo con su inolvidable voz. Gracias a Manuel hemos revivido aquel torbellino de creatividad y libertad que parió a Triana, a Silvio, a Veneno y a Pata Negra. Gracias a Manuel, y por desgracia a su muerte, esta ciudad se ha sacudido el alzhéimer para acordarse que aún le viven glorias musicales como Antonio Smash y Gualberto, monstruos de la producción como Ricardo Pachón y García Pelayo. Gracias a que Manuel se ha muerto sabemos que la música sevillana aún vive. 

Quizá los dioses hayan dado un puñetazo sobre la mesa con la muerte de Manuel para hacer justicia a tantos músicos y advertirnos que con la música no se juega, y menos para hacer mala política con ella. Descanse en paz Manuel Molina, gloria de la música andaluza.

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