Día de la paradoja

Desde hace unos años siento que las calles han perdido aquel nervio con que antaño acogían el Primero de Mayo...

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Desde hace unos años siento que las calles han perdido aquel nervio con que antaño acogían el Primero de Mayo. La tan temida reivindicación obrera ahora prefiere marcharse de puente, mientras las manifestaciones se nutren de los mismos que las convocan. Esta apatía sería comprensible en una situación de respeto escrupuloso de los derechos sociales y laborales, en un país donde lo normal fuera trabajar. Nuestra realidad no es esta, sino la contraria, con una tasa de paro que podría calificarse de delictiva y un desempleo juvenil insostenible, donde la precariedad laboral es abusiva y las condiciones de trabajo son cada vez más indignas; esto, unido a los recortes en derechos, servicios y prestaciones que un Estado social debe garantizar a sus ciudadanos, hacen inconcebible tanta indiferencia ante el 1 de Mayo. Más que el Día del Trabajador, es el Día de la Paradoja: cuando más razones hay para salir a las calles es cuando menos personas salen.

La primera reacción es culpar a la ciudadanía; es una práctica muy de partidos políticos: no reconocer errores propios y endosarlos a los de fuera. Un análisis tan naif de esta paradoja del 1 de Mayo es el primer obstáculo para remediar su sangría reivindicativa. Es cierto que confluyen multitud de factores, desde la escala de valores de esta sociedad consumista que favorece el individualismo y el hedonismo, engendrando un egoísmo social que prima el interés particular sobre el general, hasta la desconfianza en las instituciones y organizaciones que han vertebrado la sociedad democrática, pasando por el desánimo que aplasta el alma colectiva hasta convencerla de que nada sirve para nada.

Echen los ingredientes que deseen, y el resultado será el mismo, la desmovilización social. Pero sería de necios no situar al sindicalismo de clase como principal responsable de esta desmovilización del trabajador. Es responsable por acción y omisión, y seguirá siéndolo hasta no asumir que debe adaptarse para atraer a su “público” natural, ese que otros movimientos sociales se ha llevado de calle y gracias a las calles. El sindicalismo de clase no entendió la revolución del 15-M: lo vio como una amenaza a su hegemonía de representación exclusiva de los trabajadores y, en lugar de repensarse a la luz de ese movimiento, reaccionó a la defensiva sin entender las exigencias de una ciudadanía harta de liderazgos conniventes con el poder que la machacaba bajo la excusa de la crisis. El 15-M dio pistas, pero el sindicalismo seguía anclado en un modelo de la Sociedad Industrial, con una democracia interna más estética que real, donde las decisiones perdían calidad democrática a medida que subían desde las asambleas hasta los órganos de dirección. No vieron que el trabajador ya no era un simple obrero encerrado en una fábrica, sino un ciudadano proactivo, que, gracias a las redes sociales y al nuevo poder de decisión que las mismas le otorgaban en otras áreas de su vida, quería participar en la toma de decisiones y que escucharan su opinión, la mayoría de las veces distinta a la de las estructuras de poder que decían representarle. El sindicalismo no escuchó esa opinión, así que los trabajadores huyeron.

Fueron errores por omisión, pero los trabajadores no perdonan los errores de acción. Y es que el sindicalismo de clase lleva años recibiendo ayudas públicas, participando en las políticas de algunos gobiernos y asumiendo el grueso de la FP junto con la patronal. Esta decisión estratégica, llamada concertación o diálogo social, cavó la tumba del sindicalismo de clase al traicionar su naturaleza, que no es otra que el conflicto y la independencia, dejándolo sin musculatura movilizadora, esa que le falta cuando quiere llenar las calles. Ha borrado las antiguas fronteras que lo separaban de gobiernos y patronal, y lo convertían en contra-poder, perdiendo así la confianza de los trabajadores. Desconfianza que se ha vuelto rechazo ante las imputaciones de sindicalistas en casos de corrupción y fraude.

El futuro es incierto para el sindicalismo de clase. La paradoja del 1 de Mayo debería hacerle repensar su papel en la sociedad. De no hacerlo, el ocaso del bipartidismo pronto le resultará una melodía familiar.

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