La Gatera

Mujeres

Esto es una ciudad efímera con alma y color, me decía alguien este sábado/lunes de pescaíto...

Esto es una ciudad efímera con alma y color, me decía alguien este sábado/lunes de pescaíto mientras paseábamos, y esa ciudad es meramente femenina. Y no puedo estar más de acuerdo. Una ciudad donde la mujer es dueña y señora del embrujo de la seducción. Desde el garabato de un volante, hasta la mirada coqueta del cruce de un baile. Bebiéndonos de un sorbo el tópico de lo típico sin bajar la mirada acusadora del que se cree libre de este hechizo. La mujer sevillana lo sabe y lo disfruta sin complejos. Por eso, en esta fiesta que pese a los inventos (con rebujito, por favor) que quiera hacer el ayuntamiento con la coartada de la apertura hacia el turismo, esta ciudad de lona y albero está diseñada a la medida del contoneo de nuestras caderas y con un cielo arañado por las flores que como macetas de geranios llevamos en la cabeza. Aquí no caben ni la chancla ni la camiseta, mire usted, señor juez. Aquí o se viene a lo que se viene, o se queda uno en el andén del AVE, sin 25 años de Curro, que perdonen ustedes la insolencia, pero para Curro, el que paraba los relojes.

Ciudad con nombre femenino. Ciudad que se debate entre lo real y el Real. Ciudad que es el matriarcado de la mujer sevillana. Ciudad donde las niñas que aún no saben andar llevan sus zapatos de tacones con la misma naturalidad que el chupete y van marcando el norte de las miradas entre volantes. Donde las señoras de pelo blanco y flor orgullosa, sentadas en su silla de enea, sujetan el catavinos como San Fernando sujetaba a Lobera. Donde los ramilletes de veinteañeras cruzan entre carruajes con más garbo que todas las pasarelas neoyorkinas juntas, abriendo una brecha en el tiempo, sacadas del mejor lienzo de García Ramos, riendo como treinta años atrás lo hacían sus madres, y anteriormente lo hicieron sus abuelas. Con la serenidad que da la certeza de sentirse dueñas del suelo que pisan y del cielo que pregonan. Algodón de azúcar, cachito de coco, manzana de caramelo, que besan los labios que se pintan por primera vez de carmín, y que llevan soñando desde semanas atrás, (mientras buscaban los “avíos” desde la calle Cuna hasta la calle Francos), con vestirse de gitana y pasear por el Real de la Feria un año más.

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