La Gatera

Fernando

Ya sabes que siempre he tenido mi propia medida del tiempo. Una medida a medida, valga la redundancia, que en esta ciudad es ley...

Ya sabes que siempre he tenido mi propia medida del tiempo. Una medida a medida, valga la redundancia, que en esta ciudad es ley. Por eso he tardado un año en escribirte. Un año en el que he hablado mucho de ti, con nuestra Libia, con Ángel, con Esperanza, pero mis manos no eran capaces de escribirte ni una línea. Y quiero hacerlo ahora que se acerca la fecha del aniversario de la muerte más absurda que he vivido. Y es que aunque la muerte no es el final, lo sabemos los creyentes, la despedida, el vivir sin verte, sin escucharte, sin leerte, ay amigo, eso sí es un final absurdo. Lento e ingrato. Injusto, muy injusto. Y tú sabes bien, Fernando, que nunca he podido con las injusticias.

He dejado pasar un año para acariciar las letras de este teclado que tantas veces te escribía de lo cotidiano, para escribirte de lo eterno. Un año en el que se ha cumplido la profecía de que el mundo es menos divertido sin ti, menos vital, menos mundo… Sin embargo, he podido comprobar que la ausencia no hace el anonimato, y tu presencia es brutal, diaria, acogedora… Porque, Fernando, paseo por tu ciudad y te me haces presente en cada esquina. En el encuentro de un amigo, en el sonido de una marcha, en el escaparate de una librería, y en el inicio de esta bendita locura nuestra que dura cuarenta días en los que Sevilla se va despertando del letargo del invierno duro sin incienso. Y tú ahí, con tu sonrisa, con tus buenas maneras de hombre noble y respetado, el hombre que esculpía la amistad. Con ese abrazo grande de hermano… Como si nada hubiera pasado. Como si todavía fuéramos esos niños que pedaleaban sin descanso (¿Verdad Tolio, Julio?) por las calles de Valencina. O esos chavales que jugaban a ser actores bajos tus órdenes en aquellos veranos de teatro. O esos adultos que se pasaron de amigos a editora y autor, rompiendo el mito de que no son compatibles ambos estados. Presente, tan presente que esta pena es una pena sin coartada, sin permisos.

Cuarenta años de amistad no me caben aquí. Porque no nos cabía a los dos en nuestras conversaciones, en nuestras peleas de hermanos pequeños, en nuestros miedos de adultos canosos… No me cabe la pena en el peor artículo que te he podido escribir en mi vida, a ti, que me escribiste las mejores novelas… Ni pasado un año, Fernando, ni pasado un año... 

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