La Gatera

La mano y la rosa

Creo recordar que tendría unos once años...

Creo recordar que tendría unos once años. Estudiaba en un pequeño colegio de Triana, en el que sólo cursé aquel año porque andábamos mudándonos de casa. Me gustaba aquel colegio, me gustaba su uniforme (la primera vez que lo vestía, en los colegios anteriores íbamos “de particular” siempre) y sobre todo me gustaba mi maestro. Un hombre joven, que nos explicaba todas las materias con ejemplos delirantes que siempre nos hacían reír, pero sobre todo nos hacía comprender y retener aquellas reglas de ortografía o los nombres de los ríos. Tenía unas gruesas gafas y el pelo un poco largo, pantalones de tergal y chalecos de cuello vuelto. Corría el año 1976, y aunque ahora nos parezca una aberración, los profesores fumaban en las clases. Como siempre he sido una niña que se distraía con facilidad, me sentaba en primera fila. Mi pupitre estaba pegado a la mesa del profesor. Mesa donde descansaba un arrugado paquete de tabaco y un mechero de plástico. En el mechero sólo había serigrafiado un dibujo. Una mano que sujetaba una rosa. A mí me parecía un dibujo muy curioso y no apartaba la vista de él. El maestro se dio cuenta y me lo alargó para que lo viera bien. Le pregunté que qué era aquella mano, y me contestó que era un club. Yo me conformé con aquella respuesta. ¿Por qué no? Cuando tienes once años derrochas curiosidad, pero cualquier información te sirve para seguir buceando en el mar de ignorancia  que traemos como el pecado original, grabado en el adn.

Años más tarde, cuando ya sabía bien que aquella rosa empuñada por una mano firme era el logotipo del Partido Socialista, siempre me venía a la mente aquel maestro. Quizás porque aunque no preguntara más, me quedó la certeza de que fuera de lo que fuera aquel club, sería algo bueno y mi maestro un selecto miembro. Como lo han sido tantos y tantos buenos socialistas que han trabajado duro por hacer de España un país mejor. Socialistas que nunca han robado, ni han mentido, ni se han paseado en coches oficiales con aires de señorito de cortijo disfrazados de pijos-progres. Porque haberlos, “haylos” que decía el otro, no lo dude por Dios (que gritaba ridículamente Iceta, cual damisela de opereta). Socialistas que ven con pavor cómo Pedro Sánchez destroza un gran partido tan necesario para este país como innecesario es él para el buen desarrollo de nuestra democracia.

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