La Gatera

Perdone que le moleste

Finales de los años 70. En la pared de mi dormitorio, entre un póster de Starsky y Hutch y otro de Ted Neeley (Jesucristo Superstar)...

Finales de los años 70. En la pared de mi dormitorio, entre un póster de Starsky y Hutch y otro de Ted Neeley (Jesucristo Superstar), había una pequeña hoja de papel recortada de un periódico. Era una viñeta de Forges. Un Blasillo miraba hacia el cielo, donde un Dios con gruesas gafas lo miraba atentamente. El Blasillo decía: “perdone que le moleste, pero es que siguen matándonos...”.

Yo tendría catorce, quince años a lo sumo y en aquel pedazo de papel se resumían las dudas y los miedos de descubrir un nuevo mundo que se vestía de democracia. Era demasiado joven para entenderlo, pero aquella viñeta me enseñó que el sentimiento de injusticia era uno de los peores, y me enamoré del ingenio brillante de Antonio Fraguas. Y aquí seguimos. Mañana tras mañana buscando (y encontrando) en sus viñetas un oasis de lucidez.

Pero el otro día, justo antes de las últimas elecciones (ésas en las que casi tenemos que irnos a los penaltis) llegó a mis manos un texto llamado “El triunfo de los mediocres”, que era todo un ejercicio de autocrítica, escrito por este genio desde el amor inmenso que se le puede tener a un país. Para muestra un botón:

“Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan, alguien cuya carrera política o profesional desconocemos por completo, si es que la hay. Tan solo porque son de los nuestros”. (Búsquenlo en las redes y lean el texto completo).

En estos días de resaca electoral, en el que muchos no saben perder, y para demostrarlo inundan las redes sociales y los mentideros de los medios de comunicación con insultos abrazados a la prepotencia, a los que han cometido el gran pecado de votar libremente lo que les ha dado la real gana, les recomiendo la lectura pausada y amable de las reflexiones de Forges. Y no sólo una, sino varias veces al día, como los antibióticos.

Quizás de este modo no tengamos que sentirnos Blasillos diciéndole a ese Dios calvo, que siguen matando nuestro derecho a pensar diferente.

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