La Gatera

La radio de casa

Así suceden las cosas. Una va dando un paseo en buena compañía y entra como quien no quiere en una exposición, y como decía Salinas, “Súbita, de pronto, porque sí, la alegría”...

Así suceden las cosas. Una va dando un paseo en buena compañía y entra como quien no quiere en una exposición, y como decía Salinas, “Súbita, de pronto, porque sí, la alegría”. Les cuento esto, porque el viernes pasado me acerqué a la Casa de la Provincia a ver la exposición que con motivo de sus 90 años de vida, Radio Sevilla ha organizado. Entré, la cosas como son, por la curiosidad de ver la foto de mi querida Mercedes de Pablos con aquellas Madres de Mayo y sus pañuelos en la cabeza. Testimonio gráfico del compromiso que siempre ha tenido esta mujer con la lucha contra la injusticia. Ay, amiga, cuánto te admiro y te quiero… Pero una vez que encontré la foto, levanté la vista y lo que me rodeaba me trasladó a las mañanas de radio de mi niñez, y sobre todo a las de mi juventud.

Siempre he sido una mujer de radio. Desde aquel trasto enorme que mi padre me regaló con una antena doblada y pegada con cinta aislante, hasta mi pobre Ipad que me lleva todas las emisoras imaginables.

Confieso que mientras mi familia se reunía para ver la televisión, yo me iba a mi dormitorio a escuchar la radio. Rara que siempre ha sido una. Pero es que la radio es magia, es inmediatez, es libertad de movimiento, es compañía en la noche, es revulsivo en la mañana, es la banda sonora de lo cotidiano, y el murmullo de un país que está vivo… Y Radio Sevilla era la radio de casa.

Era mi radio cuando iba a clase (allá por los años setenta y algo) y pasaba por la puerta de aquella casa de Rafael González Abreu, y tenía la sensación de que algo mío vivía allí dentro. Y no estaba equivocada. Una tarde-noche una voz maravillosa (ojalá recordara su nombre y el del programa) leyó en voz alta un poema lleno de ripios que servidora mandó a la emisora. Les aseguro que no me cambiaba por nadie en ese momento. Ay, vanidad, bendito tesoro. O cuando el miedo de aquel 23 de febrero se leía en los ojos de mis padres mientras escuchaban en silencio las pocas noticias que daban. O cuando años más tarde, y ya inmersa en este extraño oficio de editora, las puertas de aquella emisora se abrían de par en par a nuestros autores. O cuando mi querido Paco, Juan Tribuna, me contaba historias llenas de micrófonos y cables.
90 años… Casi nada..

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