La Gatera

Polémica gratuita

Una vez silenciados los tambores (incluido el de mi queridísimo Hidalgo) que marcan el ritmo de nuestra Semana Santa, y aunque ya se nos haya desactivado el chip del incienso, no quiero dejar pasar la ocasión para hablar de algo que me preocupa...

Una vez silenciados los tambores (incluido el de mi queridísimo Hidalgo) que marcan el ritmo de nuestra Semana Santa, y aunque ya se nos haya desactivado el chip del incienso, no quiero dejar pasar la ocasión para hablar de algo que me preocupa. El pasado Miércoles Santo las redes sociales ardían hablando de la supuesta polémica ocurrida con las hermandades de los Panaderos y de la Lanzada. Leí comentarios que me llevaron desde la media sonrisa del gato de Cheshire hasta la indignación absoluta, pasando por la tristeza de ver como personas a las que les suponía un atisbo de sentido común, me demostraban que no lo conocían ni de vista.

Reconozco que me arrebata la Semana Santa, y que hay dentro de mí una pequeña cani-kofrade que lucha por salir cada Cuaresma. Pero me gustan los interiores, las trastiendas de este fascinante mundo. El andamio que construyen personas anónimas que sacrifican su tiempo por amor a su hermandad. Sólo por eso. Y son una gran mayoría, no se engañe. Pero también hay una pequeña minoría que utiliza este maravilloso mundo para su brillo (falso) particular. En cualquier parte que haya un ladrillo donde subirse, habrá un mediocre buscando la forma de hacerlo. Incluyendo en las redes sociales, que se están convirtiendo en un verdadero patio de gallinas cacareadoras, sordas y agoreras.

La Semana Santa sobrevivió una guerra civil, a una transición, y a una ola de modernismo cateto que nos hacía desechar todas nuestras tradiciones, no tenemos que ponernos nerviosos que aquí no va a acabarse nada.

Y no se acaba nada porque por encima de todas estas cosas, las hermandades están cimentadas sobre lo más sólido, sobre el universo de los buenos sentimientos. Como los de la Hermandad del Valle que abre sus puertas de par en par para que se refugien otras hermandades de la inclemencia de la lluvia. O la Hermandad de la Esperanza de Triana hermanándose con la Esperanza Macarena a través de la música entrando en La Campana. O los nazarenos de la Macarena echándose a un lado para dejar pasar a Señor de los Gitanos hasta su refugio en la Anunciación. Y los cimientos de la bondad son, y serán siempre indestructibles, a pesar de nosotros mismos. Para nuestra suerte.

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