Juan Merino guarda dentro de él la firme seguridad de las personas hechas a sí mismas. Merino siempre ha vivido del fútbol, pero permanentemente se ha mantenido lejos de los focos de este deporte. Más que como una profesión, parece haber concebido el fútbol como un oficio. Al ir a entrenar nunca se sintió como una estrella, sino alguien con la responsabilidad del trabajador que va a una fábrica. Pero en el ejercicio de su trabajo fue un futbolista extraordinario al que, sin quererlo, le ocurrió lo que a los grandes actores: Que pasan la batería. Es decir, que llegan directamente al sentimiento del público. Juan Merino siempre ha parecido el ejemplar vecino de enfrente, que nunca causa problemas, y no se sabe bien en qué trabaja, porque es persona de pocas palabras. En definitiva, el triunfo de Juan Merino es el triunfo del hombre honrado.
Pasó casi toda su vida en el Betis, y sus últimos cinco años como futbolista transcurrieron en el mejor Recreativo de Huelva de toda la historia, un Decano de Primera División que, entre otras cosas, fue finalista de la Copa del Rey en 2003. Cuando acudía a jugar con el Recreativo en el Villamarín siempre encontraba la misma pancarta, que decía: “Merino, eterno capitán”.
Juan Merino ha firmado como nuevo entrenador de un Córdoba con fuertes turbulencias internas, ubicado en puestos de descenso, y que ha encajado demasiados goles durante esta temporada. Y Merino ha dicho algo que suena a tópico pero que en él constituye una forma de enfrentar el día a día: “Nos tenemos que dejar la vida en cada partido”. Juan Merino aportará trabajo al Córdoba, aunque el equipo todavía no ha reaccionado. Y Juan Merino, cada noche, volverá cansado a casa y verá en los informativos de televisión a futbolistas y entrenadores firmando autógrafos, como si nada de eso le concerniese, en un hombre que escogió la sobriedad y la honradez a ultranza como forma de vida.
Merino, eterno capitán.
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