La escritura perpetua

La muerte del padre

‘Inconsolable’ arranca así: “Todos conocéis lo que ha ocurrido: mi padre ha muerto. No estaba preparado para esto pese a los 50 años que acumulo

El filósofo Javier Gomá ha escrito en ‘Inconsolable’ un texto maravilloso, estremecedor, absolutamente inolvidable para quienes lo hayan leído o lo hayan visto representado en teatro, una obra sobre el dolor insoportable que produce la muerte del padre y, al mismo tiempo, sobre lo luminoso de la muerte cuando se llega a ella tras una vida en la que se ha luchado por la ejemplaridad. Javier Gomá ha construido un monólogo eminentemente honesto en el fondo y en la forma, sin artificios dramatúrgicos en su primera incursión en el teatro, un texto en el que ha expresado su pensamiento y su dolor, sus reflexiones en carne viva. ‘Inconsolable’ cruza el alma del lector y del espectador. Es una obra llamada a perdurar durante mucho tiempo, a atravesar los años, a desafiar la muerte desde la inmortalidad de las obras de arte.

‘Inconsolable’ arranca así: “Todos conocéis lo que ha ocurrido: mi padre ha muerto. No estaba preparado para esto pese a los 50 años que acumulo y a contar ya con cierta veteranía en el oficio de vivir…” El autor define ‘Inconsolable’ como una oración fúnebre. Y la obra contiene reflexiones sobre la muerte del padre a partir de la relación padre-hijo. “El deber hacia un padre posee un carácter sagrado que los romanos llamaron piedad-filial”. Y preguntas sobre la propia existencia. “¿Qué tipo de persona fui? ¿Cuál fue mi destino? ¿Cómo seré recordado? ¿Qué imagen dejaré a los míos?”. En un momento determinado, “Inconsolable” se convierte en un auto sacramental, en los momentos de mayor dureza. “El tiempo no cura, sólo distrae”. O bien: “Nacemos en un autobús que avanza a gran velocidad hacia el precipicio”. Y pocas veces en el teatro, como ha sucedido con ‘Inconsolable’, se produce tal conexión entre la interpretación, la dirección, la escenografía, la iluminación, y la música, todo ello puesto al servicio del texto. Fernando Cayo realiza una interpretación sublime. La dirección de Ernesto Caballero está llena de talento. Como la escenografía de Paco Azorín. La noche del estreno oficial, el pasado miércoles, en el María Guerrero de Madrid, todos recibieron una prolongada ovación de un público emocionado. Javier Gomá recogió desde el escenario el reconocimiento de todos mientras lloraba. Ni siquiera la joya que ha escrito mitiga el dolor. Ni siquiera esta aproximación a la obra maestra. Inconsolable.

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