La escritura perpetua

Cabaret

Porque aquel cabaret no sólo acogió a los crápulas de whisky con hielo y noche interminable, sino a intelectuales que veían en la contorsión libidinosa de aquellas artistas anónimas una forma de no pensar en la amenaza nazi

El espectáculo 'Les Follies Paris Berlin New York' tiene la atmósfera sórdida y festiva de una novela de Simenon. Es cabaret bien hecho, una función que huele a música, a perfume de mujer, y a liguero agarrado a un muslo con medias de rejilla rojas. Se dice que Bertolt Brecht escribió alguna de sus mejores obras en los locales de cabaret alemanes, entre boquitas pintadas y guiños a ritmo de Lili Marlene. En ese ambiente, mientras una bailarina se desprendía suavemente del sujetador sobre un escenario a media luz, nacía la madre coraje. Porque aquel cabaret no sólo acogió a los crápulas de whisky con hielo y noche interminable, sino a intelectuales que veían en la contorsión libidinosa de aquellas artistas anónimas una forma de no pensar en la amenaza nazi que sobrevolaba Europa, o por el contrario, de meditar sobre todo ello y mezclarlo en la poesía y en el teatro: así surgieron muchas obras de vanguardia.
     'Les Follies...', que se ha estrenado en el teatro Álfil de Madrid, recrea los musicales, desde el París del Moulin Rouge, al cabaret alemán de entreguerras, hasta irrumpir en la época del rock con la elegancia chulesca y ronca de Elvis. Este espectáculo reúne a más de 20 bailarinas sobre las tablas: perfume de mujer. La brillante puesta en escena de Cristiane Azem ha logrado que el  montaje tenga una alegría melancólica, un desmadre contenido.
     Las coreografías son fieles a las originales que las inspiran y las chicas bailan y bailan, no sólo en busca del arte, sino también, ya está dicho, de la recreación de una atmósfera. Destaca, entre el excelente nivel general, el trabajo de una bailarina pelirroja y de ojos negros, a la que el baile parece surgirle de su propia vida. Es imposible expresar más con el cuerpo y la mirada. La noche del estreno se diluyó entre la ovación general. Otra chica, rubia y con mirada de mujer fatal sobre el escenario, al final del espectáculo bajó al patio de butacas para abrazarse con su madre. Lejos de los focos, simplemente era ya una muñequita linda chisporroteante y feliz. Chicas de cabaret, Liza.

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