La relectura de un libro de Francisco Umbral provoca una conclusión recurrente: Francisco Umbral escribe cada día mejor. La viuda, María España, con una constancia ejemplar, está logrando, con el apoyo de la Fundación que se creó tras la muerte del escritor acaecida en agosto de 2007, que la obra de Umbral se mantenga viva. En los próximos días se pone a la venta ‘El hijo de Greta Garbo’ y hace menos de un mes se reeditó ‘Madrid 1940’. Todos en Austral.
Es, pues, como si Francisco Umbral siguiese vivo. Hubo un año en el que llegó a sacar siete libros. Más la columna diaria del periódico, que era su sacerdocio de estilo, y la que escribía para algún semanario (Interviú, Tiempo, ParísMatchs). Umbral, sí, es la escritura perpetua. Abordó la literatura como una sustitución de la vida. Umbral no vivió, recreó su vida en los folios. Los días, para él, eran una Olivetti vieja. Por eso Umbral siempre estuvo tan muerto y sus libros continúan tan vivos. De ahí que cada novela publicada hace 20 ó 30 años y reeditada ahora parezca una novedad editorial. Umbral renunció a la vida para entregarse a sus lectores como un cristo laico y absurdo.
Sus seguidores no son mayoritarios pero son apasionados. Como una secta de estilistas. Como un partido literario. Como buscadores desesperados de metáforas con un fanatismo de ficción: Umbral no ha muerto. Da un poco de miedo, sí. Como ocurría con el propio Umbral. Ahora es cuestión de que alguien estudie el umbralismo, al que naturalmente resultaría necesario podar de oportunistas.
‘Madrid 1940’ es una novela conmovedora que tiene algo de ‘La noche que llegué al Café Gijón’ y algo de ‘Un carnívoro cuchillo’. Umbral nunca consiguió escribir una novela negra, aunque lo intentó, sino que siempre le salían libros umbralianos. Un libro de Umbral sólo suena a Umbral.
‘Madrid 1940’ está lleno de referencias a escritores y crimen. Umbral persigue en algún pasaje lo sucio, como Charles Bukowski, pero con rapidez lo abrillanta todo involuntariamente con una metáfora sublime. Es un libro exquisito, como toda la obra de Umbral. Se desarrolla en las calles y en los cafés del Madrid de posguerra. “La puerta del Café Comercial giraba con rumor apacible, metiendo porciones de calle y de frío en su interior”.
Umbral/Umbral.
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