Nos pasamos media vida, entre gestos y gesticulaciones en la rutina de lo cotidiano. Hacemos esfuerzos durante la otra media por controlar tensiones, vencer resistencias y superar conflictos., comunicarnos con los demás, negociar las diferencias y hacer propuestas o sugerencias sobre lo que nos gustaría conseguir.
Entre ocultamientos y evidencias vamos asumiendo los errores cometidos, como el mejor de los caminos para no volverlos a cometer y de forma lúdica y divertida, lejos de quebraderos de cabeza, jugamos a recuperar nuestras ciudades, rincón a rincón, edificio a edificio, plaza a plaza, entre recuerdos y proyectos de futuro, disfrutes y pareceres, soñares y despertares, entusiasmos y aburrimientos.
Observamos que hay gente que se mueve entre buenos modales y falsas palabras, complejidades y astucias, histerias e historias, bondades y putadas, bromas y desaires, lo clásico y lo vanguardista, y que cada cual intenta entre saltos y carreras encontrar su sitio en la vida.
Vemos como a algunos de nuestros políticos les falta sentido de país, y no están dispuestos a sacrificar algunos de sus postulados con tal de que esto avance, se resuelvan los problemas y los ciudadanos recuperen el protagonismo que les pertenece.
Mientras otros, entre rotos y odiseas, continúan instalados en la retórica, resulta tragicómico, aquellos que mantengan la postura de salvar a la humanidad, y sin embargo hay quienes con humildad y realismo lo que desean es intentar ayudar a resolver los problemas de sus vecinos, y están quienes dicen predicar la revolución y solo hacen posible la involución.
Resulta comprensible y frecuente que, en ocasiones se nos vaya la pinza, cuando todos deberíamos apoyar, a aquellos que se den a comprender, que entre el decir y el hacer, debe haber coherencia, y que la diferencia ideológica no les convierte en enemigos irreconciliables sino en simples adversarios.
También están quienes responden, ignorado lo positivo y centrándose en lo negativo y que afirman con una falsa seguridad el nunca o el siempre, como aquellos que todo lo dominan o lo controlan, cuando realmente es todo lo contrario.
A veces nuestra negatividad resulta tan exageradamente grande que parece imposible superarla y solemos prejuzgar para mal a todo tipo de personajes , sin pruebas ni fundamentos y en el paroxismo de nuestra retórica amplificamos todas nuestras cualidades negativas e infravaloramos las positivas.
Dominados por las emociones tóxicas y pensamientos imperativos de aquello que podía haber sido y no fue, y en el colmo del cinismo y la desvergüenza responsabilizamos de nuestras propias culpas a todo el que se mueva a nuestro alrededor, y etiquetamos de forma despectiva a todo el que pudiera hacernos sombra.
Nuestra autosuficiencia, insoportable, en ocasiones, nuestro perfeccionismo insufrible o esa inflexibilidad irracional, que impide que veamos nuestra propia manera de pensar y estar en el mundo, y nos conduce con frecuencia a formas de reaccionar que muchas gentes no logra entender.
Ocurre que frente al derrotismo y la indefensión, es más saludable mantener una lucidez y una fuerza que nos hacer ser militantes del optimismo y constructores de relatos sorprendentes y poesías mágicas , en los que lo mismo podemos encontrar la residencia de los dioses , colocarle el zapato a la Cenicienta o cazar al asesino en serie.
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