Curioso Empedernido

Costumbres fatales

Fatalito era incapaz de disfrutar de cualquier cosa que le regalase la vida y los cambios le daban mucha pereza, rehén de la melancolía y atormentado por sus contradicciones que no le permitían despertar de aquel profundo sueño

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A Funesto Fatalito, le parecía que todo lo que había experimentado  era una ficción y que nada tenía demasiado sentido. Sumido en el nihilismo angustioso,  lo vivido  le hacía sentir  mal y buscaba ansiosamente una solución a ese negativismo en su  edén de palabras perdidas, de sentimientos ocultos, de ideas por descubrir.

Tenía la sensación de disponer de todo el  tiempo del mundo para dedicarlo a este tipo de juego perverso, pero los días se le consumían y agotaban sin sacarle todo el jugo a la vida, en una especie de disquisiciones y galimatías que le envolvían como una tela de araña.

Entre reticencias y desconfianzas no terminaba de quitarse ese peso de encima que le paralizaba de pies y cabezas y le impedía no solo moverse sino pensar cómo salir de aquella odiosa quietud, como liberarse de ese pesimismo que le hacía ver todo de color negro.

Fatalito era incapaz de disfrutar de cualquier cosa que le regalase la vida y los cambios le daban mucha pereza, rehén de la melancolía y atormentado por sus contradicciones que no le permitían despertar de aquel profundo sueño.

Cada vez que intentaba poner en marcha sus ideas  se encontraba con mil obstáculos, con recelos y miedos, como en una pérdida constante y en una soledad heladora. Nada salía como el esperaba y aunque pareciera recurrente y folletinesco no lograba relajarse ni superar su estrés.

Los rumores y cotilleos le hacían un gran daño, entre los que muchas veces tenía la sensación que le tomaban por tonto, y el sentimiento que las claves de su fracaso eran su impaciencia y su falta de control ante las situaciones conflictivas.

Funesto, intentaba buscar su propio espacio para no depender de nadie: Nada le salía bien y comenzaba  a estar harto de que sus expectativas no se cumplieran y casi nunca sabía dónde tenía que dirigir sus pasos ni centrarse y pensar con claridad.

Ni tenía confianza en sí mismo ni en su valía y jamás vislumbraba lo que se le avecinaba. Era incapaz de intuir cuales eran los lugares para quedarse y los puntos desde los que huir y envuelto entre elixires y olores pestilentes, no estaba convencido de la necesidad de cambiar.

Como no calculaba bien sus acciones, le invadía una sensación de vacío que no era comparable a nada de lo que había vivido. No podía continuar en aquel estado, viendo y viviendo todo de forma tan negativa Tenía que cambiar el chip y aportar luz a sus zonas de sombra. Poner tierra de por medio con aquellas personas tóxicas que le transmitían emociones negativas y destructivas.

Necesitaba escapar de esta fatal tela de araña , de esa rutina casposa y paralizante que le mantenía paralizado en aquella silla de ruedas, cuando no tenía ningún mal neurológico que le impidiera andar salvo un orgullo patológico que le cegaba para no ver más allá de sus narices.

Estaba dispuesto a romper aquel círculo fatal. Todavía tenía la posibilidad de que se diera esa conexión que le llevara a algo nuevo, lejos de la disparidad de criterios como ejercicio dialéctico y los agrios desencuentros por el puro placer de incordiar.

Había obtenido las respuestas que buscaba en aquel viejo manual de psicología, pero sabía que no era suficiente y recordó lo que hace poco le había leído a ese gran poeta andaluz que es Caballero Bonald “Quién piensa que no tiene nada que aprender está muerto.”
                    

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