No estoy estudiando ni pretendo desarrollar una actualización de la teoría que los filósofos y físicos de las antiguas civilizaciones griega y romana, hicieron sobre la bilis negra la bilis, la flema o la sangre o lo que es lo mismo el sanguíneo, colérico, melancólico o flemático o sus adjetivaciones artesano, idealista , guardián y racional o sus características que van desde el valiente, esperanzado y amoroso hasta el calmado e indiferente pasando por aquel que tiene mal temperamento y es fácil de enojar o el abatido, somnoliento y depresivo.
En esta ocasión y en este artículo me gustaría simplificar la película y referirme de manera breve a quienes, como cualquiera de nosotros manifiestan según el entorno y sus circunstancias distintos estados de ánimo, por tanto que ante los acontecimientos de la vida expresan su alegría o enfado. Desconfíen ustedes de aquellos que jamás se cogen un rebote.
Nuestras vidas están llenas de ventanas a las distintas realidades o de balcones abiertos a la fantasía, momentos sublimes o tiempos perdidos, aluvión de informaciones que nos intoxican o escasez de datos que necesitamos, tensiones ante lo insustancial y relajos ante lo importante, jugar al siempre o nunca entre derroches y reproches, halagos y agravios.
Entre insultos, mentiras y difamaciones, carreras, crisis y frenesíes, no sabemos cuáles son los límites claros y precisos de nosotros mismos y los de los demás, y nos metemos de cabeza en problemas innecesarios que deberíamos procurar evitar.
Los humores y cabreos, no nos deben llevar a decir una cosa y hacer otra, ni a ser víctimas del miedo o sentir el horror de quedarnos sin ideas, de no pasar de la primera línea cuando tenemos tantas cosas que decir, tantas historias de amor y decepción, tantos protagonistas grises elevados por la literatura a la condición de héroes de la cotidianidad aunque se nos presenten como seres excepcionales.
Con el viento a favor todo nos perece distinto como de otro color. Nos ofrecemos a hablar de cualquier cosa y en cualquier lugar. Somos con un pozo sin fondo de experiencias y anécdotas, con el ánimo dispuesto para diseccionar los mejores momentos y los personajes más curiosos e interesantes.
Somos muy dados a las taxonomías, las clasificaciones y a colocar a cada cual en un sitio en el que es posible que ni quieran ni deban estar. Lejos de los finales felices, de los cuentos de hadas o de epílogos de los dramas lacrimógenos, hemos de aprender la lección que repleta de argumentos y compromisos, sin canciones ni flores, que nos enseña que o se puede llegar a tiempo a todo.
Muchas veces nos la jugamos a cara o cruz, entre avances y retrocesos, repletos y saturados, torpes e inteligentes, vigencias y derogaciones en una especie de tómbola sin freno de poner encima de la mesa la oferta más audaz y la decisión más atrevida.
A veces, llegado un momento, notamos que ante nosotros se abren nuevos e interesantes caminos, lejos de la superficialidad y la frivolidad, con toda la imaginación y la creatividad, y sentimos que nuestras vidas cambian, que todo es distinto.
Son esas escenas de las películas en las que el protagonista se dispone con parsimonia pero con firmeza a hacer limpieza, el escritor tira a la papelera todo aquello que no sirve, y experimenta una sensación extraña que antes no habían sentido y es la de saborear las situaciones con el tiempo necesario, mientras entre sorprendido y perplejo acaricia el teclado del ordenador, y ve como mágicamente aparecen en la pantalla nuevas palabras que intentaran plasmar una historia que atraiga la atención y atrape el alma de lector.
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