Curioso Empedernido

Entre ponientes y levantes

Los vientos de uno y otro signo le empujaban, en ocasiones en la buena dirección y en otras a la deriva, con la duda de si podría seguir navegando por el mar de su vida o se hundiría en las profundidades

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Allí estaba Alipio Zumbado, un día más frente al mar, subido al  palo del barco de su vida y viendo y oliendo su medio biológico de siempre, el lugar donde había nacido y quería morir. Con su gorra blanca, su caña de pescar y sus sueños, como diría Rafal Albertí, puesto en ser almirante de navío.

En aquella orilla, en ese día de otoño había más sombras que luces, más pesadumbre que alegría, más oscuridad que transparencia, sin músicas ni canciones, solo duelos reales e imaginados y  a lo lejos barcos, muchos barcos con la proa hacia sus puertos.

Entre ponientes y levantes pasaban las singladuras , en ocasiones más ausente que presente, más dormido que despierto, más vacío que lleno , esperando hacer algo que no fuera ser testigo de las cosas y situaciones, fluctuando en su ánimo entre irse o quedarse , permanecer o huir.

Sus pensamientos y sentimientos eran como un refugio  para aislarse de la realidad, y mientras los conflictos y las tormentas alteraban su entorno, Alipio  imperturbable no movía un musculo, como si fuera la estatua de un parque que solo los vientos y  las gaviotas llenaban de hojas y excrementos.

Cuando Zumbado se sentía más conectado al resto del mundo, interpretaba el papel de  aquel marinero machadiano capaz de hacer un jardín junto al mar, su sangre hirviente y su actitud activa le hacían ser el centro de todas las atenciones.

Eran momentos únicos e increíbles en los que le parecía que todo era nuevo y por descubrir, y respiraba vida por los cuatro costados, incluso estaba dispuesto a tener aquella  conversación que siempre había dejado aparcada y pendiente, a pensar antes de hablar,  aunque siendo  osado y aprovechando todas las oportunidades que se le presentaran, a ver soluciones donde solo aparecían problemas.

Los vientos de uno y otro signo le empujaban, en ocasiones en la buena dirección y en otras a la deriva, con la duda de si podría seguir navegando por el mar de su vida o se hundiría en  las profundidades de sus silencios desconocidos o sus grandezas ocultas.

Alipio cerraba la cancela de su intimidad y apagaba el faro de sus palabras, para que nadie le viera ni le conociera, para que no pudieran saber cuáles eran sus pensares y deseares, sus cuidos y descuidos, sus hermosuras y fealdades  sus voces y silencios.

Gustaba Zumbado de imaginar que volaba por el cielo y desde allí sentía el poder del sol y la atracción de la tierra, sin experimentar  ansias ni anhelos imposibles y salvando los límites que se cruzaban en su camino, sin quejas amargas y sonoras.

Con su paso lento y sus ojos, a veces inexpresivos, Alipio, paseando por la orilla del mar, se sentía alto y grande, suficiente y soberbio, armónico y perfecto, con la mirada segura de haber encontrada el horizonte mirando al mar en la lejanía.,

Ahora, tras más de seis décadas de existencia, tenía la desagradable sensación  de que nadie escuchaba su voz,  que entre espumas y peces solo se oía el apasionante y repetitivo pero siempre diferente y sugerente batir de las olas en la orilla, era como una sesión de seducción e hipnosis.

De nuevo, estaba en el mismo lugar de siempre y casi a la misma hora, estableciendo una alianza con la  mar, con su compañera de siempre,  en una especie de relación amorosa, que le provocaba una extraña sensación entre la turbación y la melancolía.
         

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