Curioso Empedernido

Las voces de la calle

He de confesar públicamente que, como demócrata y como español, la actual situación que vive nuestro país, España, me tiene seriamente preocupado...

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He de confesar públicamente que, como demócrata y como español, la actual situación que vive nuestro país, España, me tiene seriamente preocupado y creo que no soy rehén  de mis temores subjetivos, sino de la cruda y dura realidad. Nos enfrentamos en los próximos tiempos a una crisis multidimensional, cuyos aspectos principales son el político, el económico, el social y el territorial.

Nunca como ahora existe en la sociedad española tal grado de desconfianza en la política y los políticos, no  porque lo digan las encuestas y los barómetros de opinión, sino porque la actitud social en muchos momentos no es sólo de contestación y protesta hacia las decisiones o las actuaciones de quienes han elegido,  sino que en ocasiones se torna de rechazo en agresiva, al menos verbalmente.

En los últimos meses, hemos asistido no sólo al descrédito y al mayor desapego de la política de la democracia, sino a una protesta en la calle bajo plataformas como el 15 M o el 25 S, que evidencian la fuerte crisis social existente. Y, entre los lemas manejados por los manifestantes, ha habido tres en particular que nos tienen que hacer reflexionar seriamente.

Resulta impactante leer en una pancarta “que se vayan todos”, u oír cómo los ciudadanos y ciudadanas expresan su indignación con el descalificante “PP, PSOE, la misma mierda es” o ese contundente “no nos representan”, porque están diciendo a gritos a las fuerzas políticas que el camino actual que están siguiendo no es ni entendido ni querido por la gente.

Y todos sabemos que, cuando fracasa la política, dejamos la puerta abierta a los tecnócratas, a los que no les hace faltan ni los votos para gobernar o al populismo bajo el barniz de derecha o izquierda, pero siempre supone la derrota de la democracia, y esa no es nunca la solución. A los problemas de la democracia, más democracia.

La situación económica de nuestro país nos mantiene en vilo, y cada amanecer nos suele traer una desagradable sorpresa en el camino inevitable hacía el rescate, que podremos llamarlo como queramos y darle la gradación que nos interese, pero que supone ser dependientes, aún más, de lo que nos diga la troika comunitaria en cada momento. En definitiva, perder nuestra poca independencia.

A todo esto, debemos añadir que está en crisis el modelo territorial que nos dimos constitucionalmente mediante la original estructuración del Estado de las Autonomías, y no se trata de emplear sustantivos pomposos o adjetivos gruesos ni caer en la tentación de responder al nacionalismo catalán con hipernacionalismo español, porque la situación, si no la abordamos con rigor y desde el diálogo, puede ser mayor tras la celebración de las elecciones  catalanas y sus previsibles resultados.

Todo este panorama nos debe llevar a la reflexión de que hemos de reforzar la política y el papel de los políticos, pero estos han de espabilarse y entender que han de ofrecer soluciones desde el diagnóstico adecuado y la comprensión, ser sensibles  e intentar dar respuestas a las voces de la calle.

No pueden continuar encerrados en su burbuja, dando la impresión que lo que  nos ocurre a los ciudadanos y ciudadanas no va con ellos,  sino que el  enfado y la indignación de la gente tiene detrás poderosas razones reales y que, si no las abordan desde la cercanía, lograran quedarse solos desde la lejanía.

Ahora es el momento, mañana quizás ya sea tarde, y habremos dejado el espacio que legítimamente le corresponde a la política en una sociedad democrática a salvadores y especuladores.

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