El periodo estival, como todo, requiere su preparación y hay quienes desde hace algunos meses han comenzado su duro entrenamiento, para lucir el tipo, para poder presumir de un cuerpo perfecto y bronceado, sometiéndose a curas de adelgazamiento, sesiones de gimnasia o aerobic, rayos UVAS y los más atrevidos para quitarse de allí o ponerse de aquí, incluso sometiéndose a esas dietas choques con las que hay que tener tanto cuidado, ya que mantener la figura no es lo importante, lo recomendable es estar sano y sentirse bien, y en eso de adelgazar, casi siempre es una cuestión de economía, ingresar menos y gastar más.
Sufrir todo tipo de martirios y torturas, para ser los más guapos, los más esbeltos y admirados, sin que sean conscientes que la belleza fundamentalmente como decía Emile Zola, es “un estado de ánimo”.
Mientras el común de los mortales, los que no somos héroes ni modelos de la nada, pero hacemos con nuestro esfuerzo y trabajo que las cosas funcionen, intentaremos escapar de la cotidianidad en algunas de nuestras playas, en algún parque natural, haciendo turismo rural en sitios por descubrir, aunque no debemos olvidar que más de la mitad de los españoles y españolas debido a la crisis económica no podrán ir a ninguna parte y tendrán que quedarse en casa.
Los más privilegiados, incluso podrán viajar al extranjero para ampliar horizontes o bien experimentarán la rara, pero agradable sensación de una gran ciudad vacía, donde lo poco abierto esté a nuestra disposición y no haya que guardar colas.
Los abánicos, los ventiladores y las promociones de aire acondicionado, serán deseables artilugios, cuya posesión nos hará sentir en ocasiones en el mejor de los paraísos. La siesta kilométrica será más que el deporte nacional o la búsqueda del equilibrio psicosomático una verdadera necesidad, porque, a ver quien tiene narices de dar un paso en plena canícula y en las primeras horas de la tarde.
Hacer algo de ejercicio, pasear a la fresca de la noche, deleitarnos en la mesa con nuestra maravillosa y deliciosa cocina mediterránea, a base gazpachos, ensaladas, el pescaito, la cervecita fría o ese híbrido invento que ni es tinto ni es refresco, pero que termina calmando nuestra sed.
Son fechas de paciencia, más bien de resistencia televisiva, en la que nos ponen mil veces la misma película, serie o concurso, y en las que en un ejercicio increíble de masoquismo, allí donde vayamos sonará la canción del verano. Entre la redifusión y la promoción, soportaremos este mundo, por ser el mejor de los posibles, a pesar de los pesares.
Con sudores y sufrimientos, nos gustará cambiar de chip e imaginarnos que hemos dejado atrás las altas temperaturas y nos encontramos en ese agradable otoño, volviendo a la rutina de los madrugones, el trabajo y el maravilloso estrés.
Y es que somos humanos, inconformistas y contradictorios, ya que como decía Luciano de Samosota, “el gusto no está en el placer continuo, sino en el cambio de pareceres”.
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