Opiniones de un payaso

El descontento democrático

Llama la atención el hecho de que en la mayoría de los países democráticos –como demuestran las encuestas– se registre una notable diferencia entre el alto...

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Llama la atención el hecho de que en la mayoría de los países democráticos –como demuestran las encuestas– se registre una notable diferencia entre el alto grado de importancia que los ciudadanos otorgan a la democracia y el menor grado de satisfacción que manifiestan sentir con ella. Lo cual puede considerarse paradójico, pero, desde luego, no contradictorio, aunque lo parezca.
Pues no hay contradicción alguna en valorar altamente la democracia –para algunos como la mejor de las formas de gobierno, para otros como la menos mala– y expresar insatisfacción por su funcionamiento. Es simplemente la constatación de que existe una cierta frustración con la democracia –la ciudadanía espera del sistema más de lo que el sistema le ofrece– y, en definitiva, la constatación también de que no hay democracia perfecta.
No debe sorprender ni sorprende que el grado de importancia que los ciudadanos conceden a la Democracia sea mayor que el grado de satisfacción que les proporcionan los gobiernos democráticos de los estados en los que residen. Porque cuando los individuos responden a la pregunta sobre la importancia que les merece la democracia como forma de gobierno lo hacen respecto a un concepto abstracto y teniendo en mente un ideal y cuando responden sobre su nivel de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en su país lo hacen teniendo presente y valorando las circunstancias en las que viven y la gestión de unos gobernantes en concreto.
Tienen razón los teóricos que observan la existencia de dos dimensiones de la realidad democrática: la primera, que puede calificarse como “declarativa” o “descriptiva”, y que se resume en el enunciado conceptual de los derechos adscritos a los principios y valores que la definen; y la segunda, que puede calificarse como “fáctica”, y que, digamos, se materializa cuando se posibilita el ejercicio efectivo de tales derechos.
Sin embargo, discrepo en parte con esos mismos teóricos cuando otorgan más importancia a la primera que a la segunda, porque creo justo lo contrario. Esto es, que, aunque ambas dimensiones son inseparables, o debieran serlo, la segunda resulta más importante que la primera.
Es posible que haya ciudadanos que ciertamente no tengan ningún interés ni por la democracia ni por participar activamente en la política, pero no creo que la mayoría de la gente que no participa no esté interesada en hacerlo.
Es más, pienso que es en esa segunda dimensión de la democracia –que podríamos llamar “fáctica”– donde está la clave de la insatisfacción de los ciudadanos con el funcionamiento de los gobiernos democráticos en sus respectivos países. Pues es la dificultad o la imposibilidad que experimentan a la hora de ejercer los derechos que la democracia se supone les reconoce, o debería reconocerles, lo que, si no me equivoco, provoca su mayor descontento.

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