Opiniones de un payaso

La “Tragedia de los comunes”

La “Tragedia de los comunes” no es el título de una obra dramática o satírica que tiene como protagonistas a los miembros de la Cámara Baja del Parlamento de...

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La “Tragedia de los comunes” no es el título de una obra dramática o satírica que tiene como protagonistas a los miembros de la Cámara Baja del Parlamento de Westminster, aunque pudiera parecerlo. Es el título de un artículo de Garrett Hardin, profesor estadounidense de Ecología Humana, que teorizó sobre el problema que supone el libre uso, disfrute y explotación de los denominados “bienes comunes” y el hecho de que estos “bienes comunes” no sean infinitos sino limitados.
Hardin utilizó el ejemplo de una parcela de tierra comunal destinada al pastoreo y aprovechada al mismo tiempo por varios pastores –tomado de la obra del matemático inglés William Forster Lloyd (1794-1852)–, para explicar su tesis. Si cada pastor de los que utilizan dicha parcela actúa pensando solo en su interés personal y aumenta el número de su ganado con el objetivo de obtener mayores beneficios, lo que al final conseguirán todos es agotar por sobreexplotación la producción de pasto de dicha tierra comunal. Es lo que viene a decir este autor para que caigamos en la cuenta del reto al que nos enfrentamos los seres humanos con la gestión y aprovechamiento de los “recursos compartidos” del planeta, si nos guiamos por la racionalidad y pasamos de la responsabilidad, abusando de nuestra libertad. Aunque partiendo de un concepto de racionalidad excesiva y radicalmente economicista que le lleva, además, a plantear la privatización de dichos recursos como una manera –entre otras varias– de afrontar, que no solventar, el problema, desde esa idea tan asentada como retrógrada y discutible de que lo que es de todos no es de nadie y, por tanto, nunca se cuida ni se administra como se debiera.
En cualquier caso, hay que decir que para Hardin este reto –el de la gestión y aprovechamiento de los “bienes comunes”– es un problema que carece de solución técnica. Es un escollo insalvable al que se enfrenta la humanidad. Y esto es así porque –en esencia– la cuestión de la sobreexplotación de los recursos compartidos, que no son infinitos sino limitados, se reduce a un principal y gran inconveniente que resulta insoluble: el problema del crecimiento demográfico. (La población aumenta en progresión geométrica y el mundo es finito).
La especie humana cuenta con capacidad sobrada para hallar nuevas fuentes de energía y –tal y como predijeran Marx y otros teóricos– para multiplicar exponencialmente los recursos disponibles, con el empuje de la ciencia y los avances tecnológicos, pero el destino que nos aguarda parece inexorable. El agotamiento de esos “bienes comunes” que constituyen nuestro hábitat, por mucho que se combata, no podrá evitarse. Está presente en el horizonte hacia el cual mira la humanidad, como la muerte lo está en el horizonte de cada uno de nosotros como individuos. Independientemente de que ese horizonte se antoje más o menos lejano.
No obstante, yo creo que la verdadera y auténtica tragedia no está en la inevitabilidad de ese previsible final –pues quizá debamos asumir que los recursos compartidos, y con seguridad también los no compartidos, algún día llegarán a desaparecer como condenada está a desaparecer la Tierra–, sino en la injusticia que ha supuesto y supone que el acceso a dichos recursos haya estado y siga estando solo a merced de una minoría, que es la que los domina y los está esquilmando.
No se podrán maximizar dos variables interrelacionadas como son población y riqueza a un mismo tiempo, pero sí se puede llevar a cabo una más equitativa redistribución de la segunda con respecto a la primera.

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