Opiniones de un payaso

Nos va la vida en ello

Desde las remotas montañas de Waziristán, refugio de talibanes, y también desde algún otro rincón perdido de la frontera sirio-iraquí, guarida de islamistas radicales, ya nos lo advirtieron unos tíos cejijuntos y barbudos con más cara de neardentales que de homo sapiens sapiens. Nos dijeron que...

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Desde las remotas montañas de Waziristán, refugio de talibanes, y también desde algún otro rincón perdido de la frontera sirio-iraquí, guarida de islamistas radicales, ya nos lo advirtieron unos tíos cejijuntos y barbudos con más cara de neardentales que de homo sapiens sapiens, léase humanos modernos. Nos dijeron que Occidente no descansaría en paz. Y válgame Dios si los muy hijos de su madre no lo están consiguiendo, a base de mal, y no de bien, obviamente.
La ola de terror desatada desde el pasado viernes en París y que se ha extendido en el corazón de nuestro continente es la prueba. Nos creíamos que habíamos conseguido ahuyentar el fantasma de la guerra de la Vieja Europa y resulta que ese macabro Jinete de la Apocalipsis nos continúa acechando. Cosa que no nos ha de extrañar teniendo en cuenta que tal es el riesgo que se corre cuando se produce armamento y maquinaria para matar y se le vende a quien no se debe.
Es verdad que antes de la invasión de Afganistán y de Irak el problema del terrorismo yihadista ya existía. Sin embargo, no es menos verdad también que, desde aquella famosa foto de las Azores protagonizada por Bush, Blair y Aznar hasta la fecha, el problema se ha multiplicado y agravado.
El terrorismo no tiene justificación y, por tanto, hay que ser muy desalmado para justificarlo. Pero, no lo olvidemos, sí tiene sus causas. Y algunas de esas causas –no todas– son abordables. Medio Tercer Mundo, o tal vez casi todo el Tercer Mundo entero, se halla sumido en un estado de permanente conflicto, más o menos intenso, más o menos declarado, dependiendo de muy diversos factores tanto endógenos como exógenos,  y los actos de violencia indiscriminada como el de la semana pasada en Francia que de cuando en cuando sufrimos por esta parte del orbe solo vienen a recordarnos que dicha situación, de la que normalmente recibimos información más o menos sesgada única y exclusivamente a través de los noticiarios, no nos es ajena a los que tenemos la suerte de vivir en este Primer Mundo.                                                                                                      
Como no hemos de olvidar tampoco que uno de los principales motivos de este estado de confrontación bélica latente en el que nos encontramos inmersos hunde sus raíces en la política exterior que Estados Unidos y las principales potencias europeas, por un lado, y la antigua URSS, por otro, desarrollaron en determinadas zonas calientes del planeta, en particular Oriente Medio, después de la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la denominada Guerra Fría, cuando, por puro interés económico y geoestratégico, unos trataron de reconvertir muchas de las que fueron sus antiguas colonias de ultramar en nuevas áreas de influencia y otros trataron de impedirlo, sin preocuparse de la voluntad e identidad de los pueblos afectados.
No obstante, lo hecho, hecho está, y ya difícilmente puede remediarse. La realidad a día de hoy es la que es. Sabemos que bombardear las posiciones del llamado Estado Islámico allá donde corresponda quizá sea un error. Pero sabemos igualmente que no podemos permanecer de brazos cruzados y que no nos queda otra que actuar. El Daesh es un monstruo que desde Occidente hemos contribuido a crear y es, por tanto, nuestra responsabilidad, si no acabar con la amenaza que su existencia supone, ayudar al menos a que los musulmanes, que son, por cierto, los que más sufren de su crueldad y su barbarie, lo logren. Nos va la vida en ello.

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