Opiniones de un payaso

Revolución pacífica

Los resultados de las elecciones del 24 de mayo y el reparto de poder que se ha producido en comunidades autónomas y ayuntamientos han traído consigo lo que podría terminar siendo –espero– una revolución pacífica. Si es que lo que ha sucedido, está sucediendo y va a suceder en este país, en...

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Los resultados de las elecciones del 24 de mayo y el reparto de poder que se ha producido en comunidades autónomas y ayuntamientos han traído consigo lo que podría terminar siendo –espero– una revolución pacífica. Si es que lo que ha sucedido, está sucediendo y va a suceder en este país, en cuanto a cambios en el panorama político, no se queda finalmente en pseudorevolución y nos llevamos todos un chasco.
Hablo de revolución, y quizá esté exagerando, porque muchos de quienes han llegado o van a llegar en los próximos días a ocupar cargos en nuestras instituciones autonómicas y municipales lo hacen con un discurso que se diría nuevo, sin serlo, y que, no obstante, cualquier revolucionario de pro suscribiría. Ideas, tan viejas como  nuestros conceptos de δημοκρατία y res publica, que simplemente nos recuerdan los principios y los valores algo olvidados por los que han de regirse quienes desde la responsabilidad política se ponen al servicio de sus conciudadanos.
La austeridad, la prudencia, la moderación la templanza, la honestidad, la honradez, etcétera, etcétera, son virtudes que se exigen a quienes se dedican al gobierno de lo público y el ejercicio de magistraturas desde mucho antes de Platón. Esto no es algo que hayan descubierto o inventado Iglesias, Monedero, Errejón y su troupe. Aunque está muy bien que toda esta gente y la organización política a la que representan reivindiquen dichas  virtudes y las conviertan en su principal divisa. Muy particularmente en un tiempo como el que hoy vivimos en el que tal es el grado de corrupción moral en el que nos encontramos inmersos que todo aquello que siempre tuvimos por bueno y por deseable en la actitud y el comportamiento de un gobernante es ahora visto –para descanso de nuestras conciencias– como expresión de demagogia o populismo.
No soy un ingenuo y, por tanto, no ignoro que la mayoría de las primeras medidas adoptadas por los nuevos alcaldes de todas esas candidaturas independientes presentadas por agrupaciones de ciudadanos que se autoproclaman herederos del Movimiento 15-M y de los indignados son gestos y se quedarán solo en eso, en gestos. Mera declaración de intenciones, muy  buenas intenciones, que muchas veces ni siquiera podrán llevarse a la práctica. Aunque tampoco pierdo la esperanza.
En cualquier caso, digo yo que a los nuevos ediles de esa nueva ola, a esos que acaban de llegar, como Carmena, en Madrid, Kichi, en Cádiz, Colau, en Barcelona, Ribó en Valencia o Noriega, en Santiago de Compostela, entre otros tantos, habría de otorgárseles el beneficio de la duda y, por supuesto, los cien días de cortesía previstos en nuestro tácito protocolo sin ponerlos a parir. A menos claro que metan la pata gravemente antes de transcurrido dicho plazo y cometan algún error de escándalo. Cosa que hasta el momento aún no ha sucedido.
Lo que no puede ser es que se les haya puesto como se les ha puesto cerco desde el minuto uno, prácticamente desde antes de entrar en sus despachos y sentarse en su poltrona. Por muchas ganas y prisas que algunos tengan por dejarlos en evidencia pillándolos en un renuncio.
Yo también soy de los que piensan que estos de Podemos y compañía deben ser juzgados con el mismo rasero con el que ellos han juzgado y juzgan a sus oponentes, pero, cuando menos, habrá que aguardar a que se estrenen.

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