Opiniones de un payaso

Raíces vigorosas

Malas noticias para la economía española son las que estamos conociendo en los días que corren. Y malas son, digo, porque ciertamente pintan un futuro a corto plazo algo más oscuro y, por tanto, menos atractivo y halagüeño que el que nos venden Rajoy, Montoro y De Guindos...

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Malas noticias para la economía española son las que estamos conociendo en los días que corren. Y malas son, digo, porque ciertamente pintan un futuro a corto plazo algo más oscuro y, por tanto, menos atractivo y halagüeño que el que nos venden don Mariano Rajoy, don Cristóbal Montoro y don Luis de Guindos. Aunque, evidentemente, esto ya no supone ninguna sorpresa para nadie.
Las exportaciones, de las que hace pocos meses empezábamos a presumir, y constituían poco menos que la principal esperanza de nuestra mejoría económica, caen un cinco por ciento. Y la demanda interna, vital para que la actividad se anime lo suficiente, vuelve a desacelerarse para colocarse prácticamente en una situación de “stand by” mientras flirteamos con la deflación. Esto es, se pone bajo mínimos, de nuevo, después de unas tímidas subidas en los primeros trimestres del año con respecto al último de 2013, porque el crédito no fluye, porque el desempleo sigue siendo demasiado elevado, porque los salarios se reducen, porque los empleos que se crean apenas si son dignos de ser considerados como tales en muchos casos y porque las familias y las administraciones públicas no gastan, no consumen, no invierten lo que sería necesario para que la cosa tuviera un color distinto al que ahora mismo tiene.
Pero es que, además, y como ya es sabido, las perspectivas para los meses venideros no pueden ser calificadas objetivamente de optimistas, teniendo en cuenta que el crecimiento del PIB de Alemania –motor de Europa– se contrae y los males de las economías italiana y francesa se agravan, al tiempo que sobre la zona euro se cierne amenazante el fantasma de la recesión.
Así que, si el Gobierno del PP había decidido jugárselo todo a una carta, y hacer depender su suerte de un posible –aunque discutible– repunte sostenido de la economía nacional, para recuperar parte de la credibilidad perdida ante los ciudadanos, la verdad es que lo tiene crudo, muy crudo.
En 2011 –seguro que lo recuerdan– hubo quienes se rieron con mucho regocijo de la vicepresidenta y ministra de Economía del Ejecutivo de Zapatero, doña Elena Salgado, cuando tuvo la mujer aquella ocurrencia de hablar de brotes verdes, en plena crisis, porque durante algún trimestre del ejercicio en curso los datos reflejaron lo que finalmente no sería más que un espejismo. Y resulta que, tres años después, algunos de quienes precisamente más se rieron de sus palabras tienen hoy la desfachatez de hablarnos de raíces vigorosas y de que España va bien, sin ningún pudor, cuando hay un montón de indicadores, no sólo macro y microeconómicos, sino también políticos, morales y de otra índole, que a muchos nos llevan a pensar que lo que está ocurriendo es que, en realidad, este país se está yendo o puede irse al carajo, en breve, a poco que nos descuidemos.

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