Opiniones de un payaso

¡Cómo para no cabrearse!

A lo largo de esta semana y la anterior hemos sabido, entre otras cosas, que a los cargos de la administración se les subirá el tres coma y pico por ciento sus sueldos –¡vaya tela!– mientras siguen congelados los de los funcionarios y bajan los del resto de ciudadanos que trabajan. Y hemos sabido...

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A lo largo de esta semana y la anterior hemos sabido, entre otras cosas, que a los cargos de la administración se les subirá el tres coma y pico por ciento sus sueldos –¡vaya tela!– mientras siguen congelados los de los funcionarios y bajan los del resto de ciudadanos que trabajan. Y hemos sabido igualmente que los directivos y miembros de los consejos de Cajamadrid y Bankia, aparte de unos salarios mensuales más que excelentes, disfrutaban de tarjetas –con saldos disponibles nada despreciables para uso personal– en las que llegaron a cargar gastos no declarados al fisco cercanos en algunos casos al medio millón de euros. En compensación se supone que por el estrés sufrido, su sacrifico y su meritorio trabajo. Aunque los resultados de la gestión al frente de ambas entidades terminara siendo pésimo. Al tiempo, eso sí, que un montón de modestos ahorradores perdía sus dineros como consecuencia de la estafa de las preferentes.
También hemos asistido al bochornoso espectáculo que han ofrecido, por un lado, el ministerio de Sanidad y, por otro, las autoridades sanitarias de la Comunidad de Madrid ante la crisis del ébola. Dicho sea, sin ánimo de recurrir al ventajismo que a toda postura crítica otorga un asunto de este tipo y sin intención de cargar las tintas sobre un problema peliagudo que –comprendo– no es fácil de afrontar para una administración, por muy preparada que esté.
Y para remate hemos tenido que escuchar unas nuevas declaraciones, yo diría que virulentas más que desafortunadas, de la señora presidenta del Círculo de Empresarios, que, últimamente, cada vez que habla en público quizá no consigue que suba el pan pero sí logra que suba la tensión de mucha gente. Especialmente, la de quienes no tuvieron, no tienen y probablemente no tendrán nunca la suerte de la que goza ella. Me refiero a doña Mónica Oriol, una chica bien con un currículum envidiable, hija de una familia aristocrática –la crème de la crème– bien relacionada con el régimen de Franco y que seguro que no tiene  ni puñetera idea de lo qué es pasarlas canutas como las pasamos los españolitos que carecemos de pedigrí y, sobre todo, aquellos otros que, por carecer, carecen hasta de lo más elemental para subsistir. Una ilustre representante de cierta casta empresarial de este país –y aquí al término casta sí que no puede ponérsele pega alguna– para la que la mejor legislación laboral –así prácticamente ha parecido apuntarlo– es aquella que no existe. Para que la libertad de empresa absoluta campe a sus anchas, digo yo,  y para que cada cual se las apañe como pueda.
A lo que se ha de sumar –cómo no– la ración acostumbrada de todos los días relacionada con los casos de corrupción habidos y por haber que han dejado España hecha unos zorros. A saber, Bárcenas, Gurtel, Pujol, eres, cursos de formación, Instituto Nóos, Matas, Fabra, etcétera, etcétera. Y, por si todo ello no fuera bastante, también las bofetadas que nos propina la realidad que vivimos y que no es todo lo boyante que nos cuentan Rajoy, Montoro y compañía, sino todo lo contrario. Como lo prueba la memoria anual de Cáritas correspondiente al año 2013 que advierte de la extensión escandalosa de la pobreza en nuestro territorio patrio y el lamentable incremento que se ha experimentado en el número total de personas que se encuentran en riesgo de exclusión social.
¡Cómo para no cabrearse!

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