Opiniones de un payaso

La guerra, un negocio muy rentable

Más de dos mil palestinos, la mayoría civiles, y entre ellos unos trescientos menores, murieron como consecuencia del asedio que durante cincuenta días mantuvo el ejército de Israel sobre Gaza. Más de nueve mil habitantes de la zona resultaron heridos. Unos cuatrocientos mil se vieron desplazados...

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Más de dos mil palestinos, la mayoría civiles, y entre ellos unos trescientos menores, murieron como consecuencia del asedio que durante cincuenta días, con ataques y bombardeos prácticamente continuados, mantuvo el ejército de Israel sobre la Franja de Gaza. Más de nueve mil habitantes de la zona resultaron heridos. Unos cuatrocientos mil se vieron desplazados de sus hogares. Y unos sesenta mil perdieron sus casas, que resultaron dañadas o destruidas, como otros cientos de edificios, incluidos centros docentes y hospitales. Éste es, grosso modo, el balance del último episodio de un conflicto, el de Oriente Próximo, que dura ya más de medio siglo y que, además de universalizarse, tiene toda la pinta de querer eternizarse en el tiempo.
Pero, una vez sabido esto, es decir, conocido dicho balance, para un servidor, como se supone que para casi todo el mundo con conocimiento de causa, la pregunta resulta obligada, por muy clara que se antoje la respuesta. ¿De qué y para qué ha servido tanto dolor, tanto derramamiento de sangre y tanto sacrificio de vidas humanas?
La tensión entre palestinos e israelíes no se ha resuelto. todo lo contrario. Y lamentablemente en un futuro no lejano –¡ojalá me equivoque!– seguro que volveremos a asistir a una nueva escalada de violencia entre ambos pueblos. Al menos en tanto que el motivo principal de la discordia no se resuelva. Y lo malo es que el motivo principal de la discordia no se va a resolver en los próximos cincuenta años, si es que no se produce un milagro.
En primer lugar, porque no hay voluntad política suficiente ni en el estado hebreo, que es la más fuerte de las dos partes implicadas, ni en las potencias que dirigen los destinos de la mal llamada comunidad internacional y que, hasta la fecha, se han venido mostrado excesivamente comprensivas y condescendientes con los intereses de los gobiernos de Tel Aviv y con sus agresiones. Como lo demuestra el hecho de que, por mucho menos del horror del que hemos sido espectadores o testigos este verano, Estados Unidos y la OTAN intervinieron no hace mucho en otros países: Yugoslavia, en la época de Milosevic, Libia, durante la era Gadaffi, o Irak, después de que Sadam Hussein ordenara la invasión de Kwait, por poner algunos ejemplos ilustrativos. Mientras que a Benjamín Netanyahu, como a Ariel Sharon o Menájem Beguín en el pasado, se le otorga carta blanca para hacer y deshacer a su antojo y el derecho a tomarse la justicia por su mano.
En segundo lugar, porque a lo que era un problema surgido de la reivindicación nacional del pueblo palestino sobre su derecho a ser dueño y soberano de su propio territorio se han añadido factores que han contribuido a enredar mucho más la madeja, como lo es el factor religioso del yihadismo islámico en auge, que encontró en dicha reivindicación todo un filón favorable a sus pretensiones y, como tal, lo está explotando.
Y, en tercer y último lugar, porque el odio y la inquina que los años de conflicto han sembrado entre los dos bandos contendientes, los deseos de venganza de unos y otros por los agravios sufridos, no van a desaparecer de la noche a la mañana. Ni con la tregua, ni con un posterior acuerdo de paz, si es que alguna vez llega a firmarse, que no lo creo. Y no lo creo, entre otras razones, porque la guerra para algunos desalmados sigue siendo un negocio muy rentable.

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