Opiniones de un payaso

He aquí por qué soy de izquierdas

Esta semana hemos vuelto a tener noticias de unos datos económicos de una significación a la que, lamentablemente, no terminamos de dar la importancia y la atención que merecen. No me refiero a los de la EPA, que son tan malos como lo han venido siendo en los últimos tres o cuatro años, sino a...

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Esta semana hemos vuelto a tener noticias de unos datos económicos de una significación a la que, lamentablemente, no terminamos de dar la importancia y la atención que merecen. No me refiero a los de la EPA, que son tan malos como lo han venido siendo en los últimos tres o cuatro años, por mucho que ahora Rajoy, Fátima Báñez, Montoro, De Guindos y compañía se empeñen en convencernos de lo contrario. Quizá sean estos datos los que más preocupen al común de la ciudadanía, y es comprensible, pero lo cierto es que son en esos otros que voy a mencionar a continuación, y que se dan a conocer periódicamente como si fueran una curiosa anécdota y poco más, donde se sitúa el quid de la cuestión y se dirime, si no el ser o no ser de la humanidad, sí la dignidad de la condición humana. A veces, muchas veces, los árboles nos impiden ver el bosque. Y, sin lugar a dudas, ésta es una de ellas.
Resulta que los ochenta y cinco personajes más ricos cuentan con más de lo que tienen los 3.570 millones de seres humanos menos afortunados del planeta (prácticamente más de la mitad de la población mundial).
En EE.UU., el país que abandera el liberalismo a ultranza, sólo el 1 por ciento de los más acaudalados ha concentrado para sí el 95 por ciento de los beneficios generados por el crecimiento posterior a la recesión financiera en lo que va desde 2008 para acá y 50 millones de personas viven hoy en el umbral de la pobreza. En Europa, los ingresos conjuntos de los diez ciudadanos más ricos superan la cuantía de lo que la UE se ha gastado en estimular la economía, en tanto que más de 25 millones se enfrentan al riesgo de caer en la miseria. Y de lo que ocurre en el resto de los continentes ya ni les cuento, porque es como para echarse a llorar.
Aunque tampoco hace falta irse demasiado lejos para saber de lo que está pasando. En España, los 20 ciudadanos con mayor fortuna poseen tanto como el 20 por ciento de los españoles que apenas tienen, mientras que los que más acaparan pagan cada vez menos al fisco y los que estamos casi a dos velas cada vez más.
Todo esto, y mucho más, es lo que dice el último informe de Oxfam Intermón, publicado días atrás. Información que no es en absoluto novedosa, pues no pone de manifiesto nada que ya no se sospechara o se supiera, pero que viene muy bien para recordarnos a todos lo patética e indignante que es la realidad que vivimos y empujarnos a tomar conciencia de que… No, señores, éste no es el mejor de los mundos posibles. O, en todo caso, lo es sólo para unos pocos. Y para recordárselo también, y muy especialmente, a los líderes del World Economic Forum, que precisamente estos días se reúnen un año más en Davos, me temo que para hacer el paripé más que otra cosa, al mismo tiempo que comparten unas divertidas y amenas jornadas de convivencia y asueto en los Alpes suizos.
En contra de lo que a veces se proclama desde las altas esferas nacionales e internacionales, seguimos avanzando en el ámbito de las desigualdades económicas y sociales hasta unos niveles alarmantes y escandalosos, con y sin crisis. Al menos, ésa es la constatación desde que se llevan estadísticas y se echan números en cuanto al estado de las economías de los países a escala global.
Habrá quien opine distinto, pero para un servidor está claro que todo lo hasta aquí expuesto, grosso modo, prueba la necesidad de las ideologías de corte socialdemócrata y progresista que den respuesta a los problemas que el liberalismo no sólo no ha podido resolver, sino que ha contribuido a generar.
He aquí por qué, entre otras muchas razones, soy de izquierdas.

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