Opiniones de un payaso

El tercer centenario de la RAE

Se cumple este año el tercer centenario de la creación de la Real Academia Española de la Lengua y quiero dedicar las líneas que siguen a la celebración de estas efemérides. La RAE fue fundada en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y duque de Escalona...

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Se cumple este año el tercer centenario de la creación de la Real Academia Española de la Lengua y quiero dedicar las líneas que siguen a la celebración de estas efemérides.
La RAE fue fundada en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y duque de Escalona, con el propósito de «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza», como bien lo indica su propio lema.
Entre los cientos de noticias que recibimos al cabo del día una de este tipo pasa prácticamente desapercibida. A la mayoría de la gente se la refanfinfla que dicha institución tenga tres siglos tras de sí o tenga tres mil y  le importa un pepino qué es o para qué sirve. Nos hallamos en plena transición de la era de la palabra y la iconografía a una era distinta marcada por la tiranía de la sobreinformación y la sobretecnificación. Aunque dicha transición, afortunadamente, no se ha completado aún y espero y deseo no se complete a muy corto plazo.
Afortunadamente, digo, pensando en aquellos para los que la lengua hablada y escrita, sobre todo escrita, continúa siendo la materia prima de su oficio y de un modo u otro viven de ella, como es mi caso. La labor de la RAE quizá no sea de importancia capital, ni lo haya sido nunca, pero tiene su valor y su repercusión. No quiere decir esto que sin una institución de estas características nuestro idioma no hubiera llegado a ser lo que es y a cumplir las funciones  que cumple, aunque sí que se las ha facilitado. No hay que olvidar que la lengua no es más que un sistema de signos y todo sistema de signos es resultado de una convención. Y todo el mundo sabe que para que haya convención, es decir, acuerdo, debe haber una autoridad –ya sea real, ya sea figurada– que vele por que las normas no se infrinjan.
Puede parecer esto una obviedad, pero no lo es.  Y la RAE un invento de la modernidad, mas no es así. La preocupación por la lengua tuvo un gran protagonismo en la Antigüedad Clásica. Tanto, que para griegos y romanos la gramática y la retórica constituían los pilares de su educación. Hasta un grado que hoy sorprendería a muchos de quienes no tienen ni idea del nivel de refinamiento y amor al arte de hablar y escribir bien que por aquel entonces unos y otros alcanzaron.
De hecho, el espíritu “academicista” que a partir del Renacimiento habría de ir extendiéndose por Europa no fue sino un afán por rescatar y sacar a la luz mucho de aquel saber clásico que, tras la fractura del mundo grecorromano y la caída del Imperio de Occidente, durante la llamada Alta Edad Media, permaneció prácticamente en el olvido.
Es posible y muy probable que haya quien dude de su utilidad. De la utilidad de la RAE, quiero decir. Después de todo, vivimos en unos tiempos en los que los números se imponen a las letras. Y es posible y probable también que haya a quien se le haya pasado por la cabeza la ocurrencia de eliminarla. O tal vez de privatizarla al cien por cien, para no hacerle ascos a la moda actualmente imperante. En cualquier caso, y aunque no soy purista ni partidario de ninguna ortodoxia, ni siquiera en lo que al uso del castellano se refiere, yo sí que me alegro de que exista.

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