Notas de un lector

Ese mar de tu cuerpo

Tres años después de dar a la luz “La mesa italiana”, Víctor Jiménez enfrenta de nuevo al lector junto a su música y a su verso

Publicado: 12/03/2018 ·
16:38
· Actualizado: 13/03/2018 · 18:28
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Tres años después de dar a la luz “La mesa italiana”, Víctor Jiménez enfrenta de nuevo al lector junto a su música y a su verso. “Frecuencia modulada” (Colección Beatrice. Madrid, 2018), galardonado con el XXI premio de poesía “Paul Beckett”, vuelve a incidir en los temas más recurrentes que han marcado hasta hoy el quehacer del poeta sevillano.

    Quien esto escribe, lleva más de dos décadas siguiendo la obra de este escritor de verbo bien moldeado y que atesora un impecable dominio de las tonalidades rítmicas y estróficas.

En 1994, Víctor Jiménez se estrenaba con “Cuando venga la luz”, -premio “Villa de Benasque”- y con su segunda entrega, “Las cosas por su nombre”, publicado en 1999, obtenía el premio “Florentino Pérez-Embid” de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras  publicase. Cuatro libros más se han sucedido -posteriormente- y todos ellos vertebrados desde un tono pausado y coherente.

    Ahora, esta “Frecuencia modulada”, se edifica sobre un discurso transparente, auténtico. Si dividido en tres apartados, la trama que lo envuelve puede considerarse homogénea: El volumen se abre con una cita esclarecedora: “No sé cómo decírtelo, no sé…/ Prefiero los silencios. Me faltan las palabras./ Y me suben muy pronto los colores./ Me dijo una mañana./ Y, sin saberlo y sin saber por qué/, le respondí enseguida: dímelo con canciones”.

    A partir de esta declaración de intenciones, el decir de Víctor Jiménez va alzándose con sugestivo vuelo y derrama la certeza de las ilusiones que fueron sublimes, de los sueños que aspiraban a trocarse realidad. La melodía del yo lírico se hace nostalgia y surge complementaria a una codicia que anhela un futuro unívoco. La íntima conciencia aviva la esperanza, y, a su vez, renueva la inquietante paradoja de querer liberar la mística figuración que roza la derrota: “En ese amor de fuego o marejada,/ quien se quema soy yo, tú no te quemas./ Cada vez que yo remo, tú no remas./ Y siempre soy quien pierde la jugada”.

El ritual que se asoma a las interrogantes de su mismo ser conducen al autor sevillano hasta la desenamorada herida que pervive en el alma. La ausencia va dejando, indeleble, su sello. Y cuanto fuera aliento, gozo, sangre...,  va girando hacia una esencia donde el desconsuelo parece salir victorioso: “No dejo de pensar en ti. No puedo/ pensar en otra cosa que no sea/ ese mar de tu cuerpo, esa marea/ donde perdió mi corazón el miedo/ a naufragar. Aunque me voy, me quedo,/ para que el tuyo siempre así me vea,/ encendido de amor como una tea,/ de un amor insondable como un credo”.

Los signos de esa eterna dicotomía amor/desamor son, por tanto, una patria a la que Víctor Jiménez retorna de manera recurrente. Su verbo se convierte en reconocimiento, en confidencia que signa la dualidad de los sentidos. La realidad es ya parte de una circular metamorfosis, destierro ligado al afán de hallar lo que ya no está, aspiración y coraje frente al diario acontecer.

     En la morada de la memoria quedan, en suma, esas remembranzas que sostuvieron aquella llama de amor. Pero sin renunciar a cuanto queda vivir, el poeta se postula y aviva su presente sin perder la esperanza: “Y te sigo buscando por si quieres/ regresar y llenar este vacío”.

    Poemario, en suma, vívido y solidario, tamizado por un verso de honesta condición.

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